Opinión

Vacunado por Madrid

Volvía de la capital de España en plena jornada política con protagonismo catalán, vacunado para el resultado de la elección autonómica, fuera cual fuese su resultado. Pasé menos de 24 horas, pero una compañía única del tamaño de un mes, junto al reencuentro con un amigo que llevaba sin ver hacía cuarenta y cinco años que se diluyeron ipso facto con el abrazo cálido retrospectivo, más un paseo sabatino caminado desde la Plaza Emilio Castelar hasta el barrio de las Letras masticando ciudad madrileña metro a metro y con clima veraniego, me hicieron sentir como en casa un día de fiesta.

Pero además me hizo pensar en la gran diferencia entre las dos grandes capitales españolas (en una estudié y en la otra cumplí el servicio militar por lo que en ambas viví), pues mientras en Madrid nadie de otro punto de España parece sobrar y así te lo hacen sentir, en Barcelona no lo tengo tan claro, pues recuerdo algunas discusiones ya de entonces con algún compañero catalán donde nos tirábamos más de lo necesario de la lengua por emplearla de distinta manera para entendernos, y no solo metafóricamente, por lo que tampoco me extraña la deriva de la despectiva palabra ‘charnego’ hacia ‘español’.

Desde luego, si me incomoda que cualquiera  me desprecie por tan necio motivo de  mi lugar de nacimiento (recuerdo veranos pasados en París allá por época de Franco en que también ser español no estaba bien visto), para mí mejor que sea en Cataluña que en Madrid, donde solo un complejo de pueblo al pueblo, o sea al cuadrado, puede apartarte de cualquier convivencia normal, aparte de la que proporciona hablar en una misma lengua que nos une y no separa como ahora pasa en alguna periferia.


Vine vacunado por Madrid para la traca final de las elecciones catalanas, porque siempre me quedará Madrid, lleno de gente abierta con la que compartir raíces y ramas sin tener que mostrar  pedigrí. El paseo por la calle Fuencarral y aledaños confluyentes, donde las terrazas ordenadas te invitan a sentar el culo bamboleado por miles de pasos continuos, es un continuo mirar hacia un lado y otro de buen rollo comercial distinto a cualquier gran caverna comercial, que diría Saramago, e incluso diferente aroma de los ‘Centro Comercial Abierto’ dirigidos por la subvención pública y gobernanza política que por su propia dependencia siempre aleja cierta originalidad y personalidad que nos aliena de moda.

Las gentes de todo tipo, Chueca muestra su influencia, sin carga ideológica de banderas en balcones o camisetas que marquen ninguna diferencia que no sea la de la mirada franca o torcida que se lee en vivo y directo sin ninguna influencia de charlatanes ‘apesebrados’ institucionalmente, te relaja de tal manera que uno se siente libre y alegre. Si bien pudiera pensar alguien que toda esta carga emocional viene dada por una posible afición al Real, debo decir que, al contrario, fui culé hasta las cachas desde los trece años, precisamente cuando todo era blanco en el firmamento español; será que tengo vocación de oposición o espíritu de contradicción, pero mi caso es estar enfrente del poderoso que tantas veces se conduce prepotente por no comprenderse mortal y común a otro ser de dos patas y que piensan.

Dicho lo anterior, siguiendo con tan placentero día madrileño, con cierta pena de un Café Central (en masculino, que nadie se confunda de sitio) cerrado para el concierto de jazz diario por aforo completo, paseando por este barrio de las letras con la casa de Cervantes enmarcando nuestro quijotesco carácter de escribir lo que pensamos, y después de tomarse un plato de cena oyendo buena música cual si fuera la mejor salsa es rematar el día vacunado para lo que quiera que pasase en las urnas catalanas. Y así es que fue. Mientras a mí me quede Madrid lo otro será circunstancial.

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