Opinión

A punto de ruptura

La guerra es sin cuartel, y aunque los sanchistas aseguran que no hay peligro, que la militancia está con Sánchez como se demuestra con los ocho millones de votos que ha tenido en las últimas las elecciones, los socialistas están total y absolutamente divididos.

Si Sánchez no consigue revalidar su mandato, se puede dar por seguro que no mantendrá mucho tiempo su cargo de secretario general del partido.  Lo sabe, es una de las razones por las que es capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el Gobierno. No solo fue capaz de aliarse con Bildu sino que ahora se alía  con el diablo, representado actualmente por un Puigdemont que nunca se ha visto en otra igual, presidente de Gobierno dispuesto a aceptar sus exigencias, su chantaje. 

Los que hicieron historia de España y del PSOE con Felipe González, finalmente han abandonado sus refugios de comodidad para enfrentarse abiertamente al actual presidente de Gobierno y líder del partido.  La guerra es abierta  y  va más allá de  apoyar o no apoyar  las políticas del actual Gobierno y de su actual líder, sino que afecta también al trato que exige Pedro Sánchez a la militancia.  O al trato que exige a los militantes de los tiempos de Felipe González, a los que pide una  lealtad incondicional al líder del partido, cuando la lealtad se debe no  a quienes mandan sino a  los principios  del partido, los avalados por sus programa y por el proyecto con el que se presentó a unas elecciones. Y si no los defiende el líder,  lo leal es obligarlo a que los respete… o se vaya.

Es indudable que son los socialistas que cooperaron en traer la democracia a España después de cuarenta años de dictadura, los que colaboraron con otras fueras políticas para abordar una transformación política y social que fue seguida con asombro por todas las democracias del mundo, los que está cargados de razón ante una deriva del PSOE que no cumple con lo prometido y aniquila libertades. Un PSOE que hace suyos los programas de partidos que no han ganado las elecciones y se acerca peligrosamente a los modos que promueven dictaduras populistas que están llevando a sus países a la ruina económica y moral. Y a las que aplaude Pedro Sánchez, si no directamente sí a través de Rodríguez Zapatero, que hace de mediador con   presidentes a los que solo reciben los gobernantes  occidentales interesados en abrirse a nuevas áreas de expansión comercial. Los que se fijan en su déficit democrático, no les abren las puertas de sus despachos.

Sánchez ha traspasado todas las líneas rojas que se había marcado él mismo. En su Gobierno no hay una sola voz que disonante, pero fuera del Ejecutivo es perfectamente visible el descontento ante un Sánchez que lleva al PSOE a no se sabe dónde, pero no a un buen lugar. Puede que incluso a la desaparición.

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