Opinión

Una Cataluña independentista

Inés Arrimadas ha dado a Ciudadanos el triunfo más importante de su historia: ganar las elecciones en Cataluña. Cosa distinta es que pueda convertirse en presidenta de la Generalitat, porque los independentistas son mayoría; pero en política las carambolas pueden provocar lo que inicialmente parece imposible y, en cualquier caso, la joven dirigente de Ciudadanos ha demostrado que tiene solidez, mensaje, coraje y gancho. 

Aparte del éxito de Arrimadas, indiscutible, lo más significativo de estas elecciones fundamentales para el futuro de Cataluña y el futuro de España es que el independentismo sigue siendo mayoría en esa región. Independentismo muy dividido, pero que coinciden en dos cuestiones preocupantes: la escisión de España y la proclamación de la república. La inquietud por tanto se mantiene, y más aún cuando este 21-D ha demostrado que, en contra de lo que se creía, erró el tiro Rajoy cuando creyó que cogería al independentismo con el pie cambiado al convocar las elecciones inmediatamente después activar el 155. No contaban con la convocatoria, pero los votantes le han sido fieles a Puigdemont y a Junqueras a pesar de su situación judicial.

Una situación judicial que incidió directamente en la campaña electoral e incidirá en la formación del nuevo gobierno, con posibles condenas de prisión o inhabilitación de quien debería ser el candidato a la presidencia, Puigdemont, como cabeza de lista del partido independentista más votado. Pero además de ese inconveniente, hoy difícil de prever cómo se puede resolver, hay que tener en cuenta que no solo vale sumar para hacer predicciones de futuro. Efectivamente los partidos independentistas han alcanzado la mayoría absoluta, pero habrá que ver si ERC está dispuesto a apoyar a Puigdemont, tal como están ahora las cosas entre los dos partidos que hace solo dos años se presentaron bajo el mismo paraguas, el de Junts pel Sí, y sobre todo habrá que ver si la CUP no pone condiciones al candidato que hagan imposible que pueda ser presidente. Vale la pena recordar que pidieron la cabeza de Artur Mas y la consiguieron. Son los que hicieron presidente, contra todo pronóstico, a un Puigdemont que era tercero de la lista de Gerona.

Lo ocurrido es muy grave. Puigdemont, que ha llevado a Cataluña, y a España, a una situación disparatada e insostenible, puede ser nuevamente presidente. Y lo sería con su imagen muy reforzada … aunque con la espada de Damocles judicial sobre su cabeza. Triste. El único consuelo, pobre consuelo, es que si vuelve a las andadas, ahí está el 155 para meterle en cintura. Pero, repetimos, es un triste consuelo. 

Capítulo aparte merece Mariano Rajoy. Su imagen se tambalea, y solo de él depende que esa situación inestable se convierta en mortal. Ciudadanos le pisa los talones, y el éxito de Arrimadas da más empuje a Rivera.

A Rajoy hay que reconocerle que ha echado valor al desafío independentista al tomar una decisión que jamás nadie se había atrevido a tomarla antes, activar el 155 con la colaboración del PSOE y Ciudadanos, tres partidos que han demostrado sentido de Estado ante la situación más grave que ha sufrido el Estado. Pero la operación no ha salido bien, y de nuevo verá que se le cuelga el sanbenito de que no ha querido o no ha sabido dialogar con los independentistas. Rajoy, sigue insistiendo en ello, no encontró en la otra parte la menor intención de dialogar sobre nada que no fuera la celebración de un referéndum inconstitucional, pero mal que le pese al presidente, el machaque sobre el mal trato de “Madrid” ha calado; como el victimismo, acrecentado por el hecho de que un candidato a la Generalitat se encuentra en prisión provisional y otro fugado en Bruselas. Por otra parte su empeño en defender la candidatura de Xavi Albiol, gran persona pero pésima cabeza de cartel, golpea aun más la hoy maltrecha imagen del presidente.

 No es Rajoy el único culpable del auge independentista, pero se le hará principal responsable del fiasco. Porque lo ocurrido este 21-D es un fiasco.

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