Opinión

El felipismo se harta de estar callado

Felipe González, durante una entrega de premios.
photo_camera Felipe González, durante una entrega de premios.

Los colaboradores y seguidores de Felipe González se han hartado de su prudencia, de su silencio y de callar ante las políticas de Pedro Sánchez.

Fue semanas antes de que el secretario general del PSOE impulsara la expulsión de Nicolás Redondo por “reiterado menosprecio a las siglas del partido”. Meses antes se le había abierto un expediente, como también a Joaquín Leguina, pero ninguno de los dos había dejado de defender sus principios. Ahora, sin embargo, unas nuevas declaraciones de Redondo le dieron excusa a la dirección para anunciar su expulsión, todo un aviso a navegantes, a quienes pudieran sentirse tentados de hacer públicas sus discrepancias con la dirección del PSOE y el presidente del Gobierno.

El efecto ha sido el contrario al previsto: como una ola, Felipe González, sus exministros y colaboradores, más infinidad de personas que nunca ocultaron su cercanía al PSOE aunque no fueran militantes, han dado un paso adelante para denunciar los pactos que estaba decidido a promover Pedro Sánchez con tal de permanecer en Moncloa.

Se mordieron la lengua cuando convirtió a Bildu en uno de sus socios, o cuando aceptó leyes indeseables como la del sí es sí o la trans, y también cuando renunció ante Marruecos a la política respecto al Sahara. Pero no aceptan de ninguna manera que juegue con la Constitución, con la unidad de España, que supedite la estabilidad del Gobierno a los 7 votos que le aporta un tránsfuga de la justicia y que descarte cualquier tipo de pacto de Estado como los que le ha ofrecido el presidente del PP. Pero en cambio sí acepta el pacto de perdedores que se mueven al margen de la ley y de la Constitución.

Felipe González empezó a moverse cuando hace dos semanas confesó en una entrevista en Onda Cero que le había costado votar al PSOE el 23 de julio. Alfonso Guerra lleva al menos dos años expresando su desacuerdo con las políticas de Pedro Sánchez, y gradualmente antiguos miembros del sólido equipo que formaron en tiempos González y Guerra han ido sumándose a esa actitud. Solo han dado el paso cuando lo ha hecho el expresidente del Gobierno, sin echarse atrás cuando desde el Gobierno y desde Ferraz se les ha llamado viejos con todas las letras, personas del pasado, incapaces de asumir los cambios que necesita la sociedad. Entre las voces destacadas del socialismo histórico, solo Rafael Escuredo, expresidente de Andalucía, se ha alineado con el socialismo de Sánchez, declarando que él apoyó a Felipe y ahora apoya a Sánchez porque es el que representa desde el socialismo los cambios que afectan a la sociedad actual.

La pancarta de Felipe

Estos días, y los próximos, se visualiza la ruptura interna del PSOE. Y no es correcto decir la ruptura entre los que representan el pasado frente a los que representan en el presente porque también en el presente varias figuras del PSOE, o muy cercanas al PSOE, se han colocado frente a Pedro Sánchez. Ha sido significativo el caso del escritor Javier Cercas, siempre próximo al PSOE, que suscribió hace pocas semanas el manifiesto de intelectuales a favor del voto a Sánchez, con una hermana diputada del PSOE, y que acaba de escribir un artículo en El País inequívocamente crítico con el empeño de Sánchez de negociar la amnistía. 

El jueves, dos actos han abundado en la imagen de ruptura. En Sevilla, Felipe González recibía el premio Iberoamericano Torre del Oro que se concede a las personas que más se involucran en la defensa de Hispanoamérica. Junto a él se sentaba Alfonso Guerra, charlando los dos amigablemente después de más de 30 años de público distanciamiento que solo se cortó cuando han asistido recientemente a un par de actos conmemorativos de fechas históricas del PSOE. Y se hablaron poco al coincidir. El día 20 Felipe González presenta el nuevo libro de Guerra en Madrid. Todo un dato a tener en cuenta.

Como es dato a tener en cuenta que cuando se dirigía en Sevilla al acto de entrega del premio se acercase a un grupo de socialistas que expresaban en una pancarta su apoyo incuestionable a Sánchez. Apenas una hora antes se había conocido la noticia de la expulsión de Nicolás Redondo. González se acercó amigablemente al grupo de la pancarta, les saludó y, también tono amable, les recordó que el padre de Nicolás Redondo, líder histórico de UGT y miembro muy destacado del partido, le había convocado una huelga general cuando él era jefe del Gobierno … y ni se le había ocurrido expulsarlo del partido. Los manifestantes callaron.

Porque otra de las cuestiones que más incomoda a los históricos es que en el PSOE actual no se admite la mínima discrepancia. Al que expresa su desacuerdo se le convierte en maldito, pierde su cargo si lo tuviera y, como ha ocurrido con Leguina y Redondo -no son los únicos, pero sí los más conocidos- se les expulsa.

El otro acto importante fue la cena homenaje a Juan José Laborda, expresidente del partido y hombre importante del socialismo en Castilla y León. No solo acudieron personajes destacados del PSOE, sino también de la empresa y la sociedad y cultura castellano leonesa, así como miembros del PP. Estaba Soraya Sáenz de Santamaría, que acudió por ser de Valladolid, no por el PP. En los discursos, y sobre todo en las mesas, las conversaciones giraron en torno a Sánchez y sus políticas.

En Madrid, el hijo de Josep Borrell, diplomático con alto cargo en el ministerio de Exteriores, criticaba abiertamente la disposición de Sánchez de negociar con Puigdemont una ley de amnistía. Su padre, Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea, en varias ocasiones ha expresado su discrepancia con Sánchez al apoyar políticas internacionales abiertamente distintas a las que apoya el actual Gobierno español.

Los grupos de WhatsApp

En el Gobierno y Ferraz han dado instrucciones para seguir la nueva estrategia del partido de cara a que no haya más salida que convocar nuevas elecciones. Si la consigna anterior fue identificar al PP con Vox, ahora es poner el acento en la falta de talla política de Feijóo e insistir en que en el PP existe profundo descontento con su presidente. 

Para paliar el efecto de las críticas al sanchismo, que saben que tiene más andadura que el de los protagonistas de la Transición -pues empiezan a advertir que puede calar en un sector de las nuevas generaciones que echa de menos el sentido de Estado de los tiempos de Felipe González- se acusa a los felipistas de estar próximos al PP. Ponen como ejemplo a Joaquín Leguina, que reconoció últimamente que había votado a Feijóo en las elecciones de julio.

Lo que les ha descolocado ha sido que entre los socialistas que acaban de expresar su desacuerdo con Sánchez por la ley de amnistía, se encuentran Joaquín Almunia y Ramón Jáuregui, siempre prudentes, nunca discrepantes.

La preocupación subió de tono semanas antes de las elecciones de julio cuando llegó a conocimiento de Moncloa que un grupo que adoptó el nombre de la figura socialista Fernando de los Ríos, todos ellos preocupados por la deriva del partido, decidieron que si como indicaban los sondeos Feijóo se convertía en presidente del Gobierno, se movilizarían para convocar un congreso extraordinario del partido, promover la renovación en la secretaria general y dejar atrás el sanchismo con un PSOE que recuperara sus principios, se alejara de aventurerismos políticos y sus alianzas con partidos populistas e independentistas, e iniciar una nueva andadura. Con una nueva generación de socialistas, pero que abrazando los lógicos cambios sociales lo hicieran sin dejar de lado la defensa del Estado.

Sánchez, que el último año ha visto en peligro su Gobierno, ve también en peligro su liderazgo. Y está dispuesto a defenderse con las armas que sean. Estrategia de confrontación no solo con el PP -bien diseñada, la que le abre la puerta a una nueva gobernabilidad.- sino también confrontación con los socialistas más discrepantes con su Gobierno, tanto socialistas de antes como de los nuevos tiempos.

Entre las armas que utiliza, aparte de identificar con el PP a los que critican el sanchismo, echa mano también de métodos más pedestres: los grupos de whatsapp de los grupos parlamentarios, más los que han creado los diputados y senadores amigos que han creado grupos propios. Prácticamente, todos ellos son sanchistas irredentos, y lo serán más ahora que han visto las consecuencias de discrepar. El lenguaje, las descalificaciones, las consignas y las noticias más o menos falsas provocan filias y folias perfectamente orquestadas.

El mundo socialista está ardiendo. Y, en esa hoguera, Sánchez intenta no quemarse para mantenerse en la presidencia del Gobierno. Caiga quien caiga.

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