Opinión

Sin límite

Los independentistas no se paran en barras y, aunque no se les va de la boca las palabras libertad o derechos, arremeten de forma implacable contra aquellos que no están de acuerdo con su forma de hacer las cosas y encarar el futuro. 

Se vio en las sesiones parlamentarias de la semana pasada, donde Forcadell tuvo un comportamiento y autoritario absolutamente deplorable, con el visto bueno y la sonriente aceptación de Puigdemont a sus malos modos. Despues llegaron las coacciones a los alcaldes, que han tenido que defenderse con un manifiesto expresando su rechazo a la libertad para ejercer su trabajo conforme a la ley, y ahora, cuando un  responsable del área educativa se niega a ceder locales para celebrar el referéndum,  directamente se le releva del cargo. Por no mencionar otro tipo de modos que tienen poco que ver con la ética en las actitudes personales, como que Ada Colau acuda a votar aunque no cede locales municipales –no por convicción democrática ante un referéndum ilegal, sino porque teme ser inhabilitada y que se frustren sus altísimos objetivos- sino que además, después de ofrecer un cargo bien retribuido a su pareja cuando fue elegida alcaldesa, ahora le da nuevas responsabilidades en el ayuntamiento. Eso se llama nepotismo, se mire por donde se mire, y lo practican con asiduidad los "podemitas"  aunque presuman de moralidad intachable.

Ante la falta de límites de los independentistas el gobierno ha ido más allá de lo que había ido nunca antes,  es verdad, pero lo ha hecho para defender la ley y el Estado de Derecho, utilizando precisamente las armas que otorga el Estado del Derecho: los tribunales, la Justicia, la Constitución, las leyes y las normas. Que es lo que más revienta a los independentistas, porque es lo que les hace más daño. En su imagen, porque han caído en el abismo del que es difícil salir, el del ridículo, y porque además afecta a lo que más les inquieta  en lo personal, a su bolsillo y las perspectivas de quebrar sus aspiraciones políticas –y salariales- en un futuro.

Todo ello, con una inmensa soledad internacional, con la que pensaban equilibrar la soledad española, contraponer al mayoritario rechazo de  la sociedad española. Este miércoles, en el Parlamento Europeo donde se celebraba el debate sobre el estado de a Unión, solo media docena de radicales flamencos y del  Frente Nacional aplaudieron a un  Terricabras, de ERC, que denunciaba la situación de Cataluña por los supuestos ataques del gobierno  español a la libertad de expresión. Juncker ni siquiera pronunció la palabra Cataluña en su largo discurso, aunque sí dedicó varias frases a explicar que en la UE hay que defender el Estado de Derecho.

Avanza el calendario y, mal que le pese a Puigdemont,  cada vez con peores perspectivas para su aventura independentista. Es lo que suele ocurrir cuando se gobierna con amenazas, escándalo, juego sucio y maniobras inaceptables, saltándose todas las reglas de la democracia.

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