Opinión

Digo amor y aún no es pasado mañana

Porque al fin y al cabo el amor es un poco de vino y una paloma blanca. Es vino porque amar significa siempre perder el sentido y volvernos ebrios de fantasías y ensueño. Ese vino se te sube pronto, presto, irremediable al cerebro. Entonces te abate como un disparo a quemarropa en todo el pecho, pero, increíblemente, te levanta  hasta el tercer cielo. Y desde allí el mundo ya no es como antes. Va y viene y gira y se estrella contra todas las farolas del mundo. Y la gente no lo entiende y se mueren de risa al ver lo tontos, lo tontísimos, que nos hemos puesto. Pero bueno… 

Pero el amor también es blanco como el pañuelo de las despedidas. Nos pasamos la vida diciéndonos hasta luego. Y ese luego no acaba de llegar nunca porque una hora nos parece un siglo. Bueno, yo no sé lo que es un siglo pero debe ser un campo grande lleno tulipanes y de antojos de ti, de tu cuerpo y sobre todo de tu alma, esa mariposa enorme. Esa “bolboreta” que se te  posa ingrávida en la frente siempre que miras desde mi balcón cómo el sol, en este  atardecer, repta sobre los montículos y las hondonadas, por el oeste. 

Es bonito amarte. Me pregunto siempre qué sería de nosotros si Dios  hubiese querido, y podía hacerlo, que las rayas de nuestros cuadernos no se cruzasen. Habría escrito mi vida en renglones siempre iguales, paralelos, parejos y no convergentes. Pero no, nosotros hemos podido pintar nuestra vida en este bloc de matemáticas, es decir en éste cuadriculado. De tal manera que cuando yo voy tú vienes. O mejor, tú ya estás ahí formando nuestra cuadrícula.

No te voy a dejar mirar mi cuaderno porque me da vergüenza, pero yo sí miro el tuyo cada mañana, cada mediodía o cada atardecer y siempre veo lo mismo: un montón de corazones de color rosa. Ese color no te gusta nada, ya lo sé, pero yo te veo siempre de ese color que se hace, y tú lo sabes bien, con el rojo burdeos del vino nuevo y con el blanco de las vírgenes que salen, para mirarte, a las ventanas.

Creo que me voy a callar y hacer como tú que sientes, me miras, sonríes minúsculo, a lo mejor suspiras y no dices nada. Yo, ya lo sabes, es que soy más de explotar las emociones del alma como si fuesen pompas de jabón, o besos de tornillo, o cohetes de las ferias, esos que hacen ¡pum! y luego ¡pam! Y luego ya son sólo varillas que caen al campo de la fiesta todas chamuscadas.

Ya sé que no es día 14 de febrero, pero siento urgencia de adelantarme para felicitarte el día. ¿Sabes por qué lo hago? Porque cuando algo se refiere a ti me precipito, me desasosiego y además ¿sabes qué? Pues porque me da la gana. No entiendo que tenga que esperar a que me lo mande el “calenda-riero” o el impresor del almanaque. Porque amar es superar el tiempo y saltarse las calendas, los bienios, los lustros y los sexenios. Es en fin, convertir cada mirada tuya en un cron de caricias, mimos, picos y besuqueos.

Porque ya sabes lo que pasa, giras la cabeza y te das de frente con tus pupilas, la comisura de tus labios, esa nariz tan chula, tus pómulos o tu figura y qué puedo hacer sino derretirme y reconvertirte en un lago azul celeste. Y después no hay vuelta atrás, sólo queda zambullirme en tu agua cristalina para siempre.  Sepas que aunque sólo es viernes, no he dejado de quererte.

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