Opinión

Mu y la nostalgia de mayo


Se puso aquellos pantalones viejos y se calzó aquellas botas que le había confeccionado el zapatero amigo de la casa. Eran cómodas y de un cuero blandito. Sólo las ponía en situaciones especiales: una nevada de aquí te espero, un partido de fútbol contra los del pico del pueblo, o como hoy que era una fecha especial porque se iba a trabajar a la huerta con su madre.

Había oído en catequesis que el trabajo era santificador. No sabía muy bien de qué iba aquello, pero tenía su intríngulis. Un día el coadjutor caminaba al lado de la zanja que abrían los hombres del pueblo. Ellos bromearon diciéndole: “Oiga don Toribio ¡venga a echarnos una mano!”. El clérigo muy serio se excusó con la prisa que tenía. Mu observó con atención cómo aquellos obreros se reían entre dientes y le hubiese gustado que se santificase cavando un buen rato.

Era la primera vez que iba a trabajar a la huerta; a aquella que está al lado del río Cabrera. Sus padres le habían dado una pequeña azada de mango corto. Le había indicado su madre eliminar aquellos pequeños hierbajos que aquí, allá y acullá. Se esforzaba muchísimo y lo que más le costaba era levantar la herramienta y bajarla con fuerza sobre las ortigas, la grama… Algunas le hacían reír pues el nombre era muy gracioso: cola de rata, avena loca… y otras se negaba a cortarlas porque le parecían preciosas, como las amapolas.

Le gustó que cuando sonó la campana de la iglesia, su madre le dijo que hiciese una parada pues era la hora del Ángelus. Ese parón, para una pequeña oración, le permitió detenerse sin revelar que estaba muy cansado. Esto del trabajo no era tan chulo como él pensaba. Cuando iniciaron de nuevo, a él se le habían terminado las ganas de golpe… Se dirigió a la azada y lanzándola cual un martillo deportivo, le dijo:

-¡Ni tú para mí, ni yo para ti!-. Se echó a reír su madre y lo llenó de besos. Los besos de las madres están muy ricos porque saben a buñuelos con su azúcar glas y su canela en polvo.

Cuando después de muchos años, con una pizca de nostalgia, recuerda aquello, que parece que fue ayer, se da cuenta de lo importante que es el trabajo y que éste, esté bien hecho. Pero cuán importante también es tener a alguien que te llene de besos cuando te den ganas de tirar con todo.

Últimamente se ha reído mucho con estos temas de la huerta. Se encontraba, hace nada, trabajado en aquella finca con la moto cavadora. Las pintas serían las habituales para un jubilado que nunca se dedicó a esto pero que se pasa algunos ratos aplicando su antigua cátedra de Psicología a discernir las lunas y a hinchar la rueda de la carretilla.

Aquel niño y su padre, seguro que, de Madrid, le observaban con entusiasmo desde la cuneta. Dedujo que, al niño, le encantaba el ir y venir y el zumbar algo atolondrado del motor. Entonces, en una de esas idas, vueltas y revueltas, oyó cómo el hombre de corbata le decía a su hijo: 

-Fíjate bien en el pobre señor. Si estudias mucho, mucho…no tendrás que trabajar, pero si no estudias ya sabes lo que te queda.

El ya canoso Mu se echó una carcajada que espantó los grajos que permanecían apostados sobre los brazos enclenques de los manzanos. Y se percató de que, pronto, volvería a celebrar el Día del Trabajo. Feliz fiesta. 

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