Opinión

Tal fichi-fichi

A veces, y siempre con gusto, tengo la posibilidad de irme a Portugal. Espero que después de la pandemia pueda retomar el placer de moverme y visitar un país que siempre he considerado, sin ningún fundamento legal sino puramente emocional, un poco mío.

Admiro muchas cosas de los hermanos portugueses: su cordialidad, su exquisito “bacalao gratainado” que me como repantingado en aquel restaurante en el que me sirven también el mejor vino verde; admiro la naturalidad con que aman a su país y cómo ondean sus banderas con cualquier pequeña oportunidad. Me ocurre también en otros países como aquellos que conforman la, a veces denostada, USA.

No tengo ni idea, me dirán ustedes y hacen bien, porque yo no soy un politólogo. Yo soy un señor de a pie y cada vez más porque las carreteras ahora son un riesgo sólo aceptable para los jóvenes, que puesta la audacia por montera, son capaces de tomar cualquier rotonda sin pestañear y adelantar a 180, supongamos, un tráiler de no sé cuántos ejes. 

Una vez que hemos dejado claro lo que sé yo de política, que es nada, ya me puedo permitir, si a ustedes les parece bien, opinar de cómo, se me ocurre, podríamos mejorar el sentimiento de queridísimo país que siempre nos trae de cabeza y a trompazos, que es otra forma de entender las relaciones sociales.

Ha de procurarse que aumente en todos nosotros una sensación de felicidad de estar juntos. De conformar una comunidad humana abierta a los intereses de los otros. El otro tiene los mismos derechos que yo y también las mismas obligaciones. Los ingleses que son muy suyos, sabe usted, suelen formularlo de esta manera: “Therefore all things whatsoever ye would that men should do to you, do ye even so to them”. 

 Todo ese rollo inglés no es más que la traducción del capítulo 7 de San Mateo en su versículo 12. O que dicho en castellano antiguo sería: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. O dicho en la preciosa lengua de mis padres y en expresión popular “tal fichi-fichi, tal fichi-fache”.

Hablo hoy del importante papel, para lograr esa sensación, de los funcionarios del Estado en general y de los miembros de las Fuerzas de Seguridad. Ellos, querámoslo o no, son los ojos y los oídos de la administración pública. Habrán de tener especial cuidado con las formas.

Es importante revestir el servicio público con el esmero. Ahora que todos padecemos de agorafobia (miedo a que nos suceda algo en la calle), nadie puede suponerse tan “puñetero jefe”, que haya dejado de ser un servidor de la comunidad.

Algo tan sencillo como, por ejemplo, exigir la mascarilla, puede hacerse y seguro que ya se hace, sabiendo que todos somos ciudadanos libres. No somos esclavos, tampoco somos libertos, claro, ciudadanos de segunda a los que se nos haya regalado la libertad.

El respeto a cada ser humano habrá de ser impecable y lo supongo. El ciudadano ha de vivenciar en cualquier situación que tiene todos los derechos, y que se le respeta, sea quien sea, mujer u hombre con chaqué impecable o con un montón de bosta por haber apurado el nacimiento de un pequeño becerro.

¡Tal fichi-fache!

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