Opinión

Tierras raras

Afganistán ya era rico cuando copaba la producción mundial del opio, que deja sus buenos dineros, y la del lapislázuli, el suntuoso y bello mineral tan del gusto de petrojeques y esotéricos, pero esas eran solo las partes visibles de sus riquezas naturales, pues en el subsuelo atesora unas aún más rentables y a las que China ya ha echado el ojo: se trata de esas llamadas Tierras Raras que son indispensables para la fabricación de toda la quincalla tecnológica de última generación que ha inundado el planeta, particularmente la que manufactura en masa esa China que parece más que dispuesta al idilio con los talibanes para hacerse con ellas.

Si la explotación intensiva y devastadora de esos lantáridos que atienden a nombres tan sugerentes, el samario, el holmio, el praseodimio, el cerio, el europio, el tulio o el disprosio, se lleva a cabo, Afganistán será más rica, y los afganos, más pobres: la chusma en el poder se quedará con los yuanes, sin miedo a que les corten las manos al tener ella la exclusiva de esa práctica salvaje, en tanto los afganos, los que sobrevivan a las penurias del momento y al baño de sangre que se avecina, quedarán reducidos a la esclavitud, al trabajo agotador cuya recompensa cifra la doctrina talibán en el otro mundo, en el improbable paraíso de leche y miel destinado a las víctimas de su emirato.

Tan rico es Afganistán, que solo en estos últimos veinte años de ocupación internacional, de interregno entre talibán y talibán, una turba de indeseables se ha hecho de oro, y eso sin necesidad de tocar mucho la adormidera, ni el lapislázuli, ni las Tierras Raras. Tan rico era, que se multiplicaron los pobres, y ahora que va a ser más rico todavía con el disprosio y el itrio, la hambruna se cebará con la inmensa mayoría de ese pueblo tan invadido, tan traicionado, tan esquilmado por unos y otros.

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