Opinión

Tiempo de espera

El Año del Señor o Año cristiano que la Iglesia celebra de otoño a otoño, marca para muchos millones de gentes y pueblos, el ritmo de su vivir. Pero sobre todo señala, en el calendario de los católicos: las grandes solemnidades, las fiestas, las memorias de los Santos y las ferias o días sin la “marca” de un santo concreto. La Iglesia a lo largo de su historia doblemente milenaria, ha sabido guardar celosamente la memoria de los misterios de la vida de su Señor y a su lado la memoria de María y los Santos. Comenzando por el domingo o “día del Señor” (la fiesta primera), para después ir prolongando el único misterio de Cristo y desgranándolo en: Pascua, Cuaresma, Navidad, Adviento y Tiempo ordinario. 

Pero hay algo que la Iglesia desde el principio tuvo claro: los misterios del Señor (su vida, su actividad y sus palabras) debían celebrarse y festejarlos. Los festejos o mejor la fiesta tenía una graduación: Solemnidad (la mayor), Fiesta (la siguiente), memoria (más sencilla) y feria (sin referencia a un santo). Pero es curioso, para los cristianos, los días mas sencillos y ordinarios son “días de fiesta” (“feriae” en latín). Los portugueses todavía hoy siguen llamando a nuestros lunes, martes, miércoles, etc., “primeira feira”, “segunda”... Pero ¿Cuál es la razón por la que la Iglesia llamó a los días “de diario”, días de fiesta o fiestas? 

El hecho de que, después de la resurrección de Cristo y la vida nueva aportada por Él al hombre y al universo, todo es nuevo y el efecto es que, cada día es fiesta, porque Jesucristo es la fiesta de la resurrección y la vida. Si la Iglesia y los cristianos poseen la vida nueva, la nueva creación ha comenzado ya. Hemos de buscar “las cosas de allá arriba” y hacer fiesta por ello. El cristiano vive en la fiesta que es Cristo y esto acaece todos los días. La fiesta, desde el punto de vista antropológico, es afirmar la vida, proclamar que vivir tiene sentido, que el hombre no nació sólo para el trabajo y la producción (lo útil), sino también para vacar, descansar, contemplar, sentirse amado y amar para siempre (lo in-útil). Desde el punto de vista cristiano y de fe, la fiesta es celebrar y gozar de la libertad que nos ganó Cristo, celebrar la condición de hijos de Dios Padre y de hermanos, dedicarnos a la contemplación, al descanso del corazón y a la paz que brota de Dios. 

Pues bien, Adviento es la “primera estación” del Año del Señor”. Nos invita a celebrar el primer tramo de este círculo festivo moviéndonos a la esperanza. Nos pone en marcha hacia lo definitivo, lo trascendente, lo que da peso a una vida y lo que invita a soñar e imaginar la meta. Al mismo tiempo nos prepara al misterio del Dios hecho hombre y nacido en Belén. Tiempo de austeridad y de gozo contenido.

Comienza hoy el Adviento, la preparación para la Navidad, tiempo de espera y gozo también por quien han anunciado los Profetas que llegará sin tardar para salvar siendo el camino, la verdad y la vida.

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