Opinión

Viernes Santo

Este día para los cristianos es de ayuno pascual que recuerda la pasión del Señor y que la Iglesia aconseja prolongarlo hasta la Vigilia Pascual. El ayuno de hoy no es penitencial, sino de comunión con los padecimientos de Cristo, camino de la Resurrección. Ante ese Cristo paciente, en silencio, se postra la vida necesitada de redención. Hoy la oración litúrgica es por todos los redimidos por la cruz; medita los textos bíblicos que anticipaban esa muerte; relata la Pasión; adora con fe y afecto la cruz en la que el Señor entregó su vida; y se comulga su Cuerpo y Sangre, precio de la redención. Este ayuno llega a más ámbitos: a espectáculos, gastos innecesarios, críticas y chismes, pasiones inconfesables, odios y venganzas, a hacer de estos días “vacaciones en toda regla”, viviendo al margen de quien da su vida por los hombres, y al olvido e indiferencia hacia los más pobres.

En una sociedad plural, hedonista, secularizada, laicista y anticristiana es necesario respeto a quien piensa y vive de modo contrario al nuestro y también a los que se dicen ateos, aunque tengan pocos argumentos serios para convencernos de ello. A falta de fe y la indiferencia como forma eficaz de ateísmo práctico ante la cuestión de Dios ya defendida acrítica e irracionalmente por Nietzche y Sartre.

Un mundo que conmociona con acontecimientos sorprendentes, horribles, inauditos. Los medios de comunicación se sorprenden, los cuenta lamentándose, pero ignoran sus verdaderas causas. Sin caer en el triunfalismo, ni en la soberbia y sin creernos privilegiados, la fe cristiana muestra dónde radican las causas y cómo se podría evitar tanto mal. Pero, no sería “políticamente correcto”. A los católicos nos falta también valentía, tenemos complejo. Si tuviéramos fe en Cristo muerto y resucitado, si tuviésemos la fuerza de los mártires de Iraq, de Siria o de Egipto, el mundo cambiaría de verdad. Sin Dios no hay vida, no es posible la libertad, el hombre es una “pasión inútil”, todo pierde sentido, el sufrimiento aplasta y la esperanza muere. Con Dios, renace la vida, la luz brilla, la esperanza es “grande” y el amor real. En la celebración de la muerte del Hijo de Dios, la salvación del hombre renace. La salvación brota del árbol de la cruz y el fruto granado es la resurrección y vida nueva.

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