Opinión

El imbécil solitario

Estoy seguro que nuestro inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente, el gran amigo de los animales, desde esas estrellas a las que los niños de España lo enviaron desde el día de su desaparición hace ya 36 años, cuando oiga hablar de estos terroristas que llamamos lobos solitarios, no podrá evitar un sentimiento de tristeza infinita al ver como sus grandes amigos, los lobos, se relacionan, al menos con su nombre, con esas alimañas que se pasan la vida ante un ordenador tratando de encontrar la manera de destruir a esa sociedad que les ha acogido, pero en la que no se integran porque no son capaces de asimilar su cultura y sus costumbres que, aunque tengan muchas deficiencias, nos han permitido vivir con un aceptable nivel de seguridad y prosperidad al menos para una gran mayoría de la población, pero en lugar de acomodarse al medio que les rodea, pretenden cambiarlo tratando de hacerlo justamente al revés, esto es, intentando lograr que seamos nosotros los que nos convirtamos y aceptemos su cultura, sus costumbres y su religión, con un par.

Tenemos que admitir que nuestros antepasados en épocas de descubrimientos, exploraciones y cruzadas también tuvieron esos mismos objetivos, pero el mundo, al menos el occidental, ha evolucionado, ha cambiado, y ya nadie defiende esos postulados, al menos oficialmente.

Pero esta gente se empeña en hacer lo contrario de lo que dictan nuestras leyes y las de la naturaleza, porque cuando un oso se va al ártico se viste de blanco para confundirse con la nieve y por eso los osos polares son blancos y los de Asturias son pardos como el monte donde viven. Pero estos no, estos siguen como si estuvieran en el medievo, o tal vez peor, no evolucionan tío, ellos siguen con su Corán y su chilaba y les da igual que estén en el ecuador como en el polo norte, ellos no cambian, esperan que lo hagan los otros.

En este aspecto, la emigración gallega ha sido un ejemplo de integración en el país de acogida abandonando rápidamente la boina y el traje de pana para calzarse unos vaqueros, ponerse una guayabera o cubrirse con un sombrero texano para pasar desapercibidos por la quinta avenida, el Caribe o por las llanuras de la pampa.

Por todas estas cosas y por respeto a los lobos y en memoria de nuestro amigo Félix, no les llamemos lobos, llamémosle otra cosa, no digo que la mía sea la adecuada, pero no utilicemos el nombre de lobo para definir a esta gente, reconozco que los lobos han tenido desde siempre muy mala prensa, desde el “homo hominis lupus” del Plauto de antes de Cristo, pasando por el traducido “el hombre es un lobo para el hombre” del Hobbes del XVII, los lobos siempre han sido objeto de escarnio público, hay que reconocer que con las ovejas se han portado siempre muy malamente, vamos, unos cabroncetes, pero reconozcamos que no se merecen que los relacionemos con, por poner un ejemplo, este camionero que detuvieron hace unos días en el norte y que soñaba con repetir la “hazaña” de aquel otro que empotró su camión articulado contra una multitud en aquella avenida de Niza. No, los lobos no se merecen esa comparación, serán como sean, serán muy suyos, de acuerdo, pero no son imbéciles.

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