Opinión

No lo pueden evitar

Lo llevan tan íntimamente ligado a su ADN que son incapaces de deslindar su vida privada del cargo que ocupan, es la naturaleza misma, su forma de ser, va en sus genes. Hasta tal punto entendemos lo que le pasó a la inocente diputada del Parlamento gallego Paula Quinteiro, aquella noche de juerga, desbarre y copas en la madrugada compostelana, defendiendo a sus amigos gamberros, rompedores tontos de espejos retrovisores, que no tenemos más remedio que, si no justificar, cosa que nunca podremos hacer, porque lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como diría el torero, si al menos comprender, disculpar y por qué no, perdonar su actuación, porque no fue culpa suya, fue culpa de lo que vio, de lo que mamó, de lo que le enseñaron desde que era una niña, porque eso es la tradición, educación, costumbre, raigambre o como queramos llamar a este comportamiento incívico, insolidario, antisocial y antidemocrático, tan profundamente asentado en nuestra sociedad desde tiempos lejanos, en todos los rincones y en todos los sectores, da igual que se trate de una casa, una calle, carretera, empresa, cuartel, iglesia, ayuntamiento o comunidad de vecinos, da igual.

Esto pasa porque la democracia, como la cultura, no se improvisan, antes hay que echarle cimientos, hay que echarle años, o tal vez siglos, ya no sé, porque lo que se va viendo y mamando cada día desde pequeñito, crea poso, solera, deja huella, y lo que hizo Paula es lo que vio hacer a su padres, , a su tíos , a sus abuelos, a sus parientes y amigos, comprobando día a día, año tras año, que, cuando uno/a se sube a la burra, cargo, escaño, púlpito o cualquier tarima que sobresalga, siente la llamada del privilegio, como el macho del ciervo enervado siente la proximidad de la hembra en celo saltando en la montanera. No lo pueden evitar, es el subconsciente, o si lo prefieren, el instinto, natural o básico, como quieran.

Pensamos tan poco en los demás y somos tan egoístas e insolidarios, que preferimos, como está pasando estos días en el valle del Ebro, que las aguas les inunden cientos y cientos de hectáreas productivas, y les ahoguen a pastores, animales y plantas, antes de permitir que un generoso aliviadero, en forma de trasvase, se pueda llevar las aguas sobrantes del padre Ebro a la España sedienta que, además de pagárselo y agradecérselo, les ayudaría a bajar el nivel de las aguas que les está arrasando, al tiempo que les haría subir su economía. Pero chifla, chifla, que yo no me aparto. Triste.

 Da igual que se trate de defender a ultranza una independencia, un principio fundamental del Movimiento, un no pasarán, hasta la muerte o la maté porque era mía, al final es todo lo mismo; la terquedad y la sinrazón, negar la evidencia, o el erre que erre tradicional, lo que prefieran. 

Hasta la increíble, íntegra y trabajadora Cristina Cifuentes se contagió de esa enfermedad nacional , tratando de defender un máster totalmente supérfluo que para nada lo necesitaba porque por aquí, de títulos y diplomas vamos sobrados, lo que necesitamos es sensatez, educación, solidaridad, respeto y en caso de fracaso, pedir perdón, tampoco debiera ser tan difícil.

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