Opinión

El triunfo de los cafres

Cuando éramos niños, de esto hace ya algunas décadas, o siglos tal vez; ya no sé calcular bien las distancias cronológicas dados los acontecimientos; si hacíamos alguna trastada, cosa relativamente frecuente entre los traviesos, los mayores, responsables de nuestra formación, solían reprendernos con los medios que tenían a mano y que prefiero no enumerar, fueran más o menos adecuados; eran tiempos en los que la disciplina no se discutía y el sistema para conseguir el orden era más bien discrecional, es decir, dependía exclusivamente del talante, educación y sentimientos de los padres, tíos, abuelos, curas o maestros que nos tocaran en suerte; cada maestrillo tiene su librillo, la letra con sangre entra, orejas de burro, cara a la pared o al sol, según, son lentejas, si no las quieres, las dejas, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, donde hay patrón no manda marinero, primero los mayores, cállate niño, y razonamientos por el estilo, sentaron las bases de la educación de nuestra infancia en aquellos tiempos de confesiones sin pecados, santa penitencia, primeras comuniones, principios fundamentales y respetos no recíprocos. Todavía no existía el teléfono ese al que los niños de ahora pueden llamar a la más mínima señal de que le están molestando y que puede conseguir que progenitores y maestros puedan ser acusados de ejercer la violencia contra ellos.

Cafres, que sois unos cafres, nos decían los mayores cuando nos pillaban en las patatas, no creo que supieran de donde venía esa palabra, yo tampoco, parece ser que procede de los habitantes de una tribu africana, pero bueno, el caso es que, aunque ha caído un poco en desuso, lo de cafre se sigue relacionando con aquellos chicos malos que siempre vemos en cualquier manifestación armando la bronca, ya sea boicoteando una conferencia en la universidad, arrojando vallas contra la policía en la entrada de un campo de fútbol, rompiendo una citación judicial ante las cámaras demostrando el desprecio por las instituciones que son precisamente, las mismas que les pagan su sueldo, o vociferando por las redes toda clase de insultos contra el rey, el papa o cualquier símbolo del orden establecido por el Estado de derecho que es el que le permite, amparándose en esa sagrada libertad de expresión que tanto echábamos de menos en los tiempos oscuros, que sigan actuando impunemente.

Siempre hubo esa clase de personas que han incordiando a sus vecinos con cualquier disculpa, pero es que ahora están eufóricos porque han encontrado una serie de apoyos que nunca antes habían tenido y de esta forma podemos observar como, hagan lo que hagan, y cuanto más burradas mejor, además de “venirse arriba”, encuentran siempre seguidores que los aplauden y los respaldan aunque muchas veces se pueda advertir una gran dosis de hipocresía en su comportamiento, porque cuando uno aplaude al que se ha saltado el muro de una frontera, seguro que no lo haría si el asalto fuera a la tapia de su casa, o cuando otro rompe una notificación de un juzgado, no tardaría a acudir al mismo para poner una denuncia si le roban su coche o entran en su caso unos okupas, y cuando unos impiden por la fuerza el ejercicio de la libertad de expresión de un conferenciante, seguro que se indignarán el día en que eso mismo se lo hagan a él reventándole su discurso.

Tradicionalmente estos revoltosos han sido siempre patrimonio de la juventud, pero ahora vemos que incluso los mayores “se apuntan”, no tenemos más que ver como un personaje que reúne todas las condiciones que exige la figura de la “cafrería”, y que además en este caso, cumple perfectamente con aquello de que la cara es el espejo del alma, tienen suficiente número de seguidores como para postularse a presidente de los Estados Unidos.

No me digan que el Sr. Donal Trump no es el prototipo de cafre, no lo puede evitar, se le nota perfectamente, en otras épocas ni se le ocurriría presentarse, pero ahora, se conoce que el fenómeno es internacional, se han venido arriba, han triunfado. DT. Cafre mayor en este caso, for president.

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