Opinión

Estación de San Francisco

 

Hemos publicado hace algún tiempo en esta misma sección, rememorando efemérides importantes en cuanto al desarrollo de la vida urbana ourensana, anécdotas y datos constructivos significativos sobre la Estacion Empalme, que ahora está próxima a terminar su ciclo al menos con tal nombre, y tenemos si acaso una deuda sentimental, y es hacer también una glosa popular, aunque sea breve, sobre la de San Francisco de aquel “Ourense de ayer”. Digamos que es la hermana menor de la Empalme y que nació casi cinco años después, concretamente el 1 de julio de 1957. Es decir, cuando se puso también en servicio el tramo Ourense - Puebla de Sanabria, que el Caudillo inauguró haciendo un recorrido con toda pompa en olor de multitudes por todas las estaciones del recorrido.

No constituyó un éxito, todo hay que decirlo. Las autoridades y círculos nobles ourensanos ansiaban tener estación de tren con caché y nombre propio. La Empalme no estaba en su municipio, sino en el de Canedo, y aunque finalmente fue anexionado, no era lo mismo, por mucho que llevase el nombre de “Orense Empalme”. La de la margen derecha del Miño, había sido considerada como principal en la ciudad de A Burgas, e importante en Galicia para embarque en trenes de largo recorrido, facturación más cómoda, etc., además de poseer unos impresionantes muelles de pequeña y gran velocidad que daban servicio mercante a toda la comarca.

Pero contando con eso, la San Francisco (cuyo prenombre era San Cosme) hemos de decir que era original, y bien situada respecto a la ciudad, ofreciendo un punto de mira panorámico a cuantos viajeros foráneos nos visitaban por primera vez y decidían apearse al ver que el cartel del andén rezaba “Orense San Francisco”. Moderna claro, como todas las del recorrido con estilo arquitectónico muy adecuado al paisaje gallego; pero le faltó alegría, movimiento, trasiego, en fin, efectividad. No llegó a tener el caché esperado y poco a poco fue muriendo casi antes de nacer del todo. El paso de los años solo vino a corroborar que haber hecho aquello allí había sido un craso error, cuando el lugar era más apropiado para que la ciudad se expandiera sin ser estrangulada para alojar la estación por el hecho de que tuviera su propio andén. 

Fue “perdiendo premisas” hasta el extremo de soterrar parte de su zona norte; y así se restituyó un poco el paisaje urbano y se hizo más racional la superficie ocupada por las cuatro vías, esto es, la zona más próxima al túnel. Allí se trasladaron dos estatuas de granito de caracteres gallegos que había esculpido Failde, situadas originalmente a ambos laterales del edificio principal. Este edificio de taquillaje de viajeros, pseudo barroco modernista en aquel tiempo, conservando las estructuras clásicas de Renfe, es de granito naturalmente; original y armónico, con imaginativa semejanza a un caserón gallego de la época. Para su cometido disponía de una zona cubierta asoportalada dando cobijo y prestación a viajeros en unos andenes amplios por los que se paseaba cómodamente tomando el sol en tiempos de asueto, desde antes ya de verter la zahorra para la colocación de los carriles; o ver los trenes una vez puesta en circulación la línea. “Flash” que siempre tenía adeptos como en cualquiera de las estaciones por donde pasaba cualquier convoy al que se saludaba con un “Adiooos”… agitando el pañuelo.

Me viene a la memoria que al principio llegaron a montar un servicio de unión directa entre San Francisco y la Empalme, que consistía en un convoy de un solo vagón con el nombre popular de “Jaimito”, que hacia periódicamente el recorrido, como si de un “carrito” (autobús de la época) se tratara. Era una pasada (como dicen ahora) ver el Miño a través de la ventanilla del lento tren cruzando el viaducto. Quiero recordar que el precio andaba cercano a las tres pesetas, que costaba el clásico cartoncillo agujereado con troquel que usaba Renfe como billete. Era caro desde luego, y tras lo novedoso y romántico del corto viaje en el chirriante vagón de madera con olor a carbonilla, que se realizaba un poco por experimentar la originalidad, pronto se anuló el servicio por escasez de viajeros.

Pero como decía al inicio, la Estación nació ya poco menos que fallecida. Pronto acordaron no detener en ella los trenes de largo recorrido. Luego a suprimir los de cercanías desde y hacia Puebla de Sanabria, que se habían montado para dar amplio “chance” a los pueblos serranos por donde circulaban. Y aquellas cuatro vías de que disponía ya carecían de sentido, pasando a convertirse en un apeadero por donde circulan los trenes de largo recorrido a alta velocidad, sin más significación. Se minimizó el personal; se fue ocupando la superficie del edificio para otros cometidos, el colegio Hermanos Villar por ejemplo; se alojó en el vestíbulo la oficina de contratación de una empresa de distribución de aguas, y se acabaron levantando las vías sobrantes, habiendo un momento en que daba una lamentable sensación de abandono. Aquí hay que significar que a la mayor parte de las estaciones del recorrido hasta Zamora les ha ocurrido lo mismo. La desolación total. Permítanme que repita lo que tantas veces digo: muchas cosas se piensan y proyectan con grandilocuencia para comernos el futuro, y cuando este llega, todo involuciona con normalidad. Eso es lo que le paso a la Estación de San Francisco.

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