Opinión

Figuras célebres y singulares

No es mi deseo de momento escribir sobre insignes personajes del arte, y menos de la política orensana, que bastantes hubo, a quienes se recuerda y muy bien en otros foros por cualificados redactores, historiadores etc. Pero es de mi continuo interés aportar modestamente a los lectores de Ourense de Ayer de vez en cuando, unos flashes urbanos con historietas, anécdotas, leyendas de celebridades populares de calle, en aquellas décadas a partir de los años 40 que marcaban el inicio de una nueva época. Así pues, os dejo unos retazos de este par de elementos que han sido activos animadores, como otros muchos, de la vida cotidiana, en un momento en que la ciudad despertaba lentamente de un impuesto letargo, motivado por causas que todos conocemos, y al que tampoco es mi intención referirme.


El Tolas y las bromas macabras. Se movía habitualmente por el “barrio chino”, es decir, por la zona de la Molinera, el faldón de avenida de Portugal sobre el Barbaña, etc. Un tipo tan genial en sus actos y ocurrencias, como burlón en cuantas oportunidades tenía. Su cabeza maquinaba siempre la forma de tomar el pelo a quien tuviese delante, aunque no lo hubiera visto nunca. A pesar de todo, decían que rebosaba nobleza.


Por ejemplo, la noche de Fieles Difuntos solía preparar una calavera que colocaba con una vela en un lugar estratégico previamente rebuscado, en un recodo del camino entre la Plaza de Abastos y el pontillón de Villavalencia. Sitio apropiado, carente de luz, por el que transitaban como atajo los nocturnos viandantes hacia la margen izquierda del Barbaña o viceversa. Entonces se apostaba detrás del muñeco, y cuando se acercaba alguien lo hacía moverse, a la vez que llamaba al transeúnte con desgarradores lamentos guturales. El susto del “noitebrego” caminante no tenía desperdicio; mientras… el Tolas, escondido entre el ramaje lateral de la vereda, se dislocaba los huesos a carcajadas viendo como perdía el culo, retrocediendo como un foguete hacia el puente de Las Burgas. Al año siguiente, cambiando de lugar, repetía la historia, y siempre había víctimas propiciatorias para una nueva broma que comenzaba a preparar meses antes según el perfil emocional de los previstos viandantes que él se imaginaba que por el sitio iban a pasar. 


Manulo. Un mozo por aquel entonces muy aficionado a las proezas personales relacionadas con la natación en el Miño, que con frecuencia realizaba en el Puente Viejo. Hubo otro del mismo aire, aunque más excéntrico y escenático, era Manaicas. Pero hoy nos referiremos a Manulo, quien decían que tenía más finura en el salto, y al cual llegué a ver siendo yo todavía un niño en alguna de sus actuaciones, y cuyo placer consistía en el riesgo de tirarse al agua como un clavadista al estilo de los de Acapulco, desde la berma izquierda que sirve de apoyo al arco central del puente, aguas abajo. Lo detallo así para que sepáis justo desde donde se tiraba y la altura que había sobre el agua. 
Preparaba el brinco esperando en la orilla a que se juntara personal en los miradores del puente así como en el borde de la escombrera del campo de Los Remedios. Y entonces se decidía a trepar hasta llegar a la berma, que sobrepasaría los ocho metros, y ya era en sí el ascenso era un peligro. Una vez arriba, se quedaba un rato de pie con la mirada perdida como meditando, y mientras tanto, el número de espectadores aumentaban comentando “é o Manulo que se vai tirar…”
Cuando él ya lo consideraba oportuno, comenzaba a hacer gestos de tirarse y los mirones comentaban “agora bótase… agora, agora”. Manulo aún miraba varias veces hacia los curiosos del puente hasta que por fin se decidía. Ponía los brazos en cruz, y hacía el espectacular salto de cabeza para entrar en picado en el agua. Mientras no salía de nuevo tenía a la gente en vilo, pero al asomar la cabeza a flote recibía una formidable salva de aplausos de la expectante concurrencia que él agradecía con gestos. Luego descansaba un buen rato en la orilla, y comenzaba el proceso para un nuevo salto. 
Eran personajes en aquel tiempo por todos conocidos en la ciudad, que ponían una pizca de sal en el diario de la calle, en unos años en que se buscaba diversión barata y protagonismo a costa de lo que lo que se terciase. Había otros personajes de distintas características, de los que vamos publicando anécdotas y vivencias, unas graciosas, otras burlescas, pero siempre reales e interesantes desde el punto de vista de la historia contemporánea popular orensana, que es bueno recordar de vez en cuando.
 

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