Opinión

Lo curaba todo... ¡"El Hongo"!

Seguramente no hubo otro remedio igual para todo tipo de males y dolencias comunes. "El Hongo" lo curaba todo y a todos. No tenerlo en el domicilio era carecer de la panacea que garantizaba la eterna salud de toda la familia. “Por fin lo tengo en casa”, decían quienes lograban obtener un poco de la pegajosa pócima aquella, cedida por algún conocido, para meterla en un frasco y que se fuera degenerando, (perdón, regenerando); y cuyo donante con anterioridad lo tenía gracias al obsequio de otra persona. Había quien lo tenía en casa y mantenía el secreto para evitar tener que compartirlo.

La década de los 50, comenzaba con uno de las más asombrosos “descubrimientos” en España, aunque ya los chinos lo conocían de siglos antes; y eso era precisamente lo que lo hacía llegar aquí con “más garantía”. Aquello iba a revolucionar la convencional medicina; "El Hongo" andaba de boca en boca  en todas las conversas sociales, fuera cual fuese el estatus de los contertulios opinantes, y el foro donde se discutiera. A mí que lo he vivido en edad imberbe, aún a día de hoy me cuesta explicar el gran impacto que tuvo entre los ourensanos. Era más que si hubiera tocado la lotería colectivamente.
Pero vayamos por partes; me acuerdo que era intragable, pero la convicción de saber que era originario de Oriente era suficiente para hacer todos los esfuerzos posibles y tragarlo a cucharadas. Sin duda ¡tenía que ser muy bueno!

No me defino sobre cuál era su composición natural; pero sé que se reproducía partiendo de un pequeño trozo separado con una cuchara de “otro cacho” más voluminoso; y se depositaba en una jarra o tarro de cristal que pudiendo ser tuviera la boca ancha, y al que previamente se había casi llenado de agua a la cual memorizo que se la añadía, creo que manzanilla y un poco de azúcar. Entonces se metía allí el trocito y flotaba en el agua. La sustancia aquella ("El hongo"), era algo así como un moco de gran tamaño; una especie de gelatina entre amarilla y gris; con un color indescriptible; y tras el paso de los días fermentaba y todavía se ponía más asquerosa aumentando de volumen; su sabor a ácido acético era nauseabundo. Las conversas callejeras animaban a injerirlo sin miramientos en pro de unos rápidos resultados.

Lo tuvimos en casa, como todo el mundo. No sé quién en solidaridad se lo había dado a mi madre, y entonces el aprecio por “el invento” era superlativo, y el agradecimiento a la persona del  favor, no digamos. Además el periodo aquel vino a coincidir con  la abolición de las restricciones alimenticias a través de las célebres cartillas de racionamiento (1952); con lo que la alegría y la euforia ciudadana se multiplicaban. Entre que por fin comenzaba a aflorar la comida, y encima con "El Hongo" se garantizaba la eterna salud. El eufórico gozo era patente en las calles.

En mi casa, aun hubo que esperar como un par de semanas o tres para que el sanalotodo creciera, y poder ser tomado en la dosis “recomendada por los entendidos”, y cuando ya se consideró “adulto”, fue un éxito; era como si se relajase de golpe la tensión de mirar continuamente como se hacía grande. Lo teníamos en lugar preferente en la alacena, eso sí, celosamente cubierto con una tela blanca, y sin agitarlo para nada, porque decían que era condición para su buen desarrollo y  mejor crianza. Las recomendaciones para su ideal rendimiento venían de quien había hecho la dádiva. 

¡Ya no habría más problemas de dolencias!, ni catarros, ni tifus, ni sabañones, ni la tiña , ni sarampión; ni nada. Además aquello proporcionaría un enorme poder energético. Me acuerdo que había una marca de chocolates por aquel entonces en actualidad, que para ensalzar sus productos,  lanzaba una cuña radiofónica que decía “Que toma tu hermana, que esta tan robusta y sana… ¿El Hongo?; …¡No, … chocolates Santa Juana! ”. La frase, a mí se me quedó en la memoria por escucharla a los domingos, a través de la megafonía en los partidos de fútbol de la U. D. Orensana en el Estadio del Couto. Eso daba idea de la importancia que al Hongo se le daba. Era un desmadre obsesivo, al que los clanes familiares trataban de adherirse con la máxima celeridad, buscando cuanto antes a algún conocido que disponiendo de la pócima, tuviese a bien proporcionar un trocito de “El Hongo de la larga vida”, al que también llamaban “El Hongo Chino”. Los favores de la prodigiosa donación, era menester pagarlos de forma merecida. No era para menos. 

El "boom" fue acrecentándose socialmente, hasta ser considerado un producto seudo curativo y alimenticio de primera necesidad, con gran poder de remedio y prevención de todas las dolencias y las que se podrían presentar.

El ímpetu del Hongo duró unos cuantos años. Y hasta donde yo llego exprimiendo la memoria, más algunos datos de mis viejas libretas, los profesionales de la medicina no encomiaban expresamente el raro electuario, pero por si acaso tampoco lo vituperaban, comentándose que muchos médicos por ese mismo “por si acaso”, también lo tenían en su casa.

Nunca se demostró su efectividad, más allá del impactante efecto boga con gran dosis de placebo; pero sí que es cierto que los orensanos estuvimos entretenidos e ilusionados durante aquella época, que duró la “maravillosa  panacea”.

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