Opinión

El espejo deformado


No se gusta. Ya no se quiere. En algún momento empezó a pensar que los brazos no eran suficientemente finos. Otro día creyó que las piernas eran muy gordas. Una mañana en el espejo encontró que la nariz destacaba demasiado. Una noche se empezó a insultar a sí misma. Demasiado gorda, demasiado fea, demasiado desgarbada, demasiado todo. Ahí comenzó ya a odiarse. Y quiso ser otra. Empezó a detestar la comida. Aprendió cómo vomitar después de cada bocado. Buscaba desesperada la báscula. Nunca era suficiente. Cada día necesitaba más. Y cada día se castigaba más. Despreciaba la imagen que veía reflejada. Todo comenzó a ir mal. Las fuerzas, la alegría, desaparecieron y se asentó la enfermedad que la arrastró a ella y a los suyos a un infierno del que resulta muy complicado salir sin secuelas. 

Cada vez comienzan este descenso más jóvenes. Y no es de extrañar. El culto a un físico determinado se impone por encima de todo, incluso de la propia salud. 

La exigencia de la perfección, de ser un cuerpo atractivo, suficientemente delgado, con las medidas exactas y ser un diez, sea lo que esto sea, bombardea diariamente a la gente más joven. 

Se insiste en que lo importante es quién eres, que hay que aceptar el propio cuerpo y que una persona vale más que lo que determina su imagen. Pero al mismo tiempo, especialmente a las mujeres, se las juzga constantemente por su físico, independientemente de la edad, los logros o la profesión que ejerzan. Y casi siempre en negativo. 

En una cumbre, ministras o presidentas suelen ocupar más espacio por la ropa elegida, sus kilos, o un cambio de peinado que por sus discursos. Jodie Foster está vieja, según un crítico de cine, y eso cuestiona su talento, mientras que Clint Eastwood siempre será, a sus más de 90 años, un gran director, que lo es. Pero ella también. Sólo hay que ver titulares y tertulias cada día para constatar esta realidad.Por no hablar de los despropósitos que aluden a la sexualidad de las mujeres o de los argumentos con los que se cuestionan sus méritos. 

Después está la crueldad en las redes, amparada por el anonimato. Los insultos y la ridiculización del físico son constantes. Ante este bombardeo resulta difícil convencer a estas adolescentes que la felicidad en la vida no depende de la imagen que nos han impuesto porque, incluso pasados los 50, resulta a veces complicado escapar de querer ser siempre joven y perfecta, como nos recuerda la publicidad para eliminar arrugas, manchas o celulitis. Conviene no olvidar que estas exigencias pueden llevar a graves trastornos de alimentación o a un consumo insano de cirugías y medicamentos que, a veces, llevan a un irreversible punto y final.

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