Opinión

Las mentiras

Todos mentimos. Conscientemente además. Y lo hacemos muchísimas veces a lo largo de la vida. Tiramos de pequeños embustes para evitar daños. Porque la verdad no es siempre la mejor cura, a veces resulta devastadora y cruel. Existen mentiras pequeñas necesarias. Como cuando nuestra madre nos dice que el jarabe sabe bien. O que los Reyes Magos nos traerán regalos. O nos llevan hasta una fiesta sorpresa. Hay mentiras compasivas. Decir que todo mejorará cuando ya no hay opciones. O saborear esa mala comida que nos han hecho con cariño. Las hay de autoengaño. Comenzar el lunes el gimnasio. Repetirse que ese cigarro de media tarde será el último o que el amor a la pareja sigue ahí. Hay momentos en los que las pequeñas mentiras pueden ayudar. Porque en el fondo sabemos que no son la verdad y les imprimimos fecha de caducidad, sin grandes consecuencias. El peligro es que pueden resultar adictivas.

¿Dónde están los límites para subir la apuesta? No tengo duda. Todos sabemos esa respuesta. Sólo que unos jamás traspasarán las líneas rojas que dañarán irremisiblemente, por finas que sean. Y otros no dudarán, en beneficio propio, de convertirse en auténticos profesionales. Caiga quien caiga. Sufra quien sufra. Lo pague quien lo pague.

Ahí están los que difunden rumores que empujan a suicidios. Las falsedades de supuestas amenazas que nos llevan a guerras que nunca tienen sentido. Las mentiras que en nombre de distintas religiones nos han empujado, históricamente, a señalar y matar a los otros. Las calumnias que cada día se construyen para hacer tambalear las estructuras que nos mantienen a salvo. Las patrañas que se van entrelazando entre sí hasta que la verdad queda tan lejos, que resulta insalvable.

Se saben inmunes. Juegan tan bien con la mentira que siempre encontrarán otros culpables. Se han acostumbrado tanto a conseguir sus beneficios que ni la conciencia les perturba el sueño. Manejan los embustes con tanta habilidad que siempre logran que la porquería salpique en otra dirección. También saben que a los engañados no les gusta reconocer que han caído en la trampa. Que muchas veces eligen seguir en la farsa porque temen ser señalados como poco inteligentes. Que otras se sienten tan decepcionados que simplemente cambian de rumbo, sin mirar atrás. Que por momentos pierden las fuerzas para desenmascarar a los embusteros o que temen las consecuencias.

A veces, también es sólo es una cuestión de comodidad. Dejarse llevar requiere menos esfuerzo que remar contracorriente para encontrar la realidad. Lo malo es que esa avalancha de mentiras y falsedades tarde o temprano nos arrasa. Y cuando eso ocurre, los profesionales de la mentira nos observan desde la distancia, mientras disfrutan de los beneficios conseguidos con el caos que sembraron. Sin remordimientos ellos, con graves heridas nosotros.

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