Opinión

Aquí no s´ha acabat res

El independentismo radical catalán agoniza como un hámster al que no le dan de comer desde hace semanas. Y sin embargo, aunque cada vez esté más flaco, el pobre hámster sigue corriendo en la rueda de su jaula como un desquiciado todos los días. Como si esa rueda moviera agua o molino, o como si el hecho de correr en ella le fuera a proporcionar algo de alimento en el comedero. Una cosa que según parece no va a ocurrir.

Los hámsters son pequeños roedores muy graciosos, simpáticos y fáciles de criar por lo que se convirtieron en mascotas apreciadas por los pequeños para tenerlos en casa en jaulas como si fueran canarios o periquitos. Yo mismo de niño tuve una hámster que tras dar a luz a una camada que ya traía ella consigo de la tienda donde la compré -yo no sabía ni que era hembra ni que estaba preñada- los devoró a todos uno por uno y después se suicidó. Vale, esto no es nada gracioso.

El independentismo radical catalán también devora a sus retoños, como aquella hámster mía que aunque era cariñosa y adorable tanto me preocupó y aterrorizó a mis diez años. Yo veo por la tele las últimas manifestaciones de ese independentismo catalán y veo el cuadro “Saturno devorando a sus hijos” de Francisco de Goya que se expone en el Museo del Prado. Si necesitan ustedes más explicaciones sobre este asunto pueden ir allí y verlo. El cuadro, digo.

La realidad es dura de roer. El apoyo a la independencia de Cataluña en los últimos años entre los propios catalanes ha caído del 45% más o menos, al 30% más o menos. A la última manifestación independentista en Barcelona -aquella en protesta por la visita de Macron- acudieron unas seis mil personas, o sea las que conseguiría reunir yo para mi próximo cumpleaños si me lo propusiera.

Ser independentista no es fácil. Que me lo digan a mí. Nadie te apoya. Estás solo. Tienes que arreglártelas por ti mismo. Tu familia te da la espalda. Tus amigos te abandonan. Tus vecinos te retiran el saludo. El pescadero en lugar de ofrecerte como antes aquellos gallos tan ricos o aquellos calamares que tanto te gustan, permanece en silencio mirándote con un gesto inquisitivo y reprobatorio bajo las cejas que parece decir ¿va a comprar algo, señor?, como si no te conociera, y exhibiendo un machete bien afilado a punto de degollar salvajemente de un tajo una preciosa merluza del pincho. La vida así es muy dura. Ni siquiera las banderas te sirven ya y tienes que hacerte unas nuevas.

Yo desde que soy independentista radical catalán lo llevo muy mal. No sé qué hacer. Ya ni como. Quizá debería meterme en Alcohólicos sin Fronteras, en Médicos Anónimos, en Interfam Oxmón o en alguna oenegé parecida. Necesito ayuda, eso está claro. Ayuda profesional, psicológica. Yo solo no puedo con esto.

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