Opinión

Bodas reales e irreales

En 1981 yo fui a Londres por primera vez. Tenía veinte años y en aquel momento me tocó la boda de Carlos y Diana. 

Obviamente no estuve invitado en la catedral de San Pablo, sino en las calles con miles de personas asistiendo al paseo en carroza de los recién casados, escoltados por una cohorte de elegantes caballos y vistosos soldados de la guardia real. Claro que yo era un visitante escéptico y no un monárquico inglés. Mi escepticismo juvenil se vería confirmado tiempo después con la separación de Carlos y Diana y con la trágica muerte de ella. La “boda de cuento de hadas” como se la llamó entonces, había sido una “boda de cuento de demonios”. En fin, qué más da.

La coronación de Carlos III me ha recordado aquello.

Yo había ido a pasar un mes en Londres justo antes de hacer la mili. Por una parte por razones personales, y por otra por la típica excusa de aprender inglés. El caso es que al llegar me retuvieron en Heathrow y me sometieron a interrogatorios durante seis interminables horas con intérprete incluido. 

Como a) yo tenía una pinta de hippie y fumeta de marihuana que quitaba el hipo; b) llevaba un documento entonces obligatorio con mi pasaporte que decía que en un par de meses tendría que presentarme en España para el servicio militar; y c) en mi mochila había unas carpetas de dibujos y pinturas míos junto con lápices y pinceles, aquellos polis del aeropuerto dieron por hecho que yo iba a Londres a escaquearme de la mili, a vivir de okupa (algo que hacían muchos desertores en aquellos años), y a ganarme unas libras vendiendo mis dibujos en Portobello, cosa que claro que hice, eso es verdad. Pero no. Yo solo iba a pasar veintitantos días en Londres y pensaba volver a España.

Vamos, que me interrogaron, registraron y tuvieron retenido durante seis horas de angustia y miedo. Angustia porque no sabía qué me iban a hacer entre interrogatorio e interrogatorio; miedo porque yo pensaba todo el tiempo que me iban a deportar de vuelta a España. Si eso me ocurriera hoy lo primero hubiera protestado y llamado a mi consulado o a mi embajada, pero entonces yo era un chaval.

Con “me registraron” quise decir que me aislaron en un cuarto, me vaciaron la mochila, me pusieron en pelotas y “me registraron” por todas partes.

Tras aquella tarde interminable de abuso y prepotencia se disculparon conmigo. Quizás porque a pesar de mi aspecto no encontraron nada y yo tenía dinero para los días que iba a pasar en Londres hasta mi regreso. Al final dos polis muy respetuosos me acompañaron hasta Victoria Station y en los alrededores de la estación me ayudaron a encontrar un Bed & Breakfast para pasar aquella noche, ya era muy tarde.

Mucha corona de oro con piedras preciosas sí y mucho caballo enjaezado, pero al final todo es lo mismo ¿o no?

Te puede interesar