Opinión

Cifras y letras

El título del exitoso programa-concurso televisivo Cifras y Letras de los años noventa, importado en España de un programa original de la televisión francesa, me da pie a comentar un asunto curioso.

Y es el de la increíble diferencia que hay siempre entre las valoraciones sobre los asistentes a una manifestación o a una huelga, bien sea la cifra aportada por los convocantes, o por el gobierno o la institución de turno.

Normalmente los ciudadanos, y hablo por mi, tendemos a darle más credibilidad a un agente exterior no vinculado por intereses a ninguna de las partes, como pueda ser por ejemplo dependiendo del caso la policía local, la policía nacional, los bomberos o alguien así, a quienes a fin de cuentas ni les va ni les viene la trascendencia política del dato.

La huelga de transportistas del pasado noviembre según los sindicatos convocantes fue secundada por ocho mil camioneros. Según el gobierno fueron solo ochocientos.

Esta diferencia tan abismal en la estimación debería ponernos los pelos como escarpias, si no fuera porque de todas formas como apunté no nos tomamos esos datos en serio y nos da igual.

Lo que solemos hacer los de a pie para ponernos en situación y saber de qué va la cosa al menos un poco, es sumar y dividir. Como si fuéramos niños de parvulitos. Ocho mil más ochocientos dividido por dos nos da cuatro mil cuatrocientos. Y ese pasa a ser el dato real en nuestro inconsciente o consciente y al que damos cierto crédito. Ni ocho mil, ni ochocientos.

Quizá lo más inteligente y útil que aprendemos en nuestra vida lo aprendemos en parvulitos, y a partir de ahí ya vamos cuesta abajo toda la vida. No sé.

¿Cómo es posible que unos tipos que cuentan algo cuenten ocho mil, y otros que cuentan supuestamente lo mismo cuenten ochocientos?

En los años noventa, yo vivía en Madrid entonces, apareció una empresa española que contaba manifestantes con toda exactitud mediante fotos de satélite de las manifestaciones. Contaban las cabecitas de la gente una a una con un sofisticado programa informático. Recuerdo que la utilizó el diario El Mundo varias veces. Por supuesto aquella empresa quebró enseguida. Sus datos no gustaban ni interesaban ni a unos ni a otros, ni al mundo ni a El Mundo. Creo que no duró ni un par de años.

¿Es tan desagradable la verdad? Supongo que sí. Muchas personas inocentemente me han dicho alguna vez a propósito de mi chihuahua Atticus: “Solo le falta hablar”. Y yo siempre contesto al momento “Si hablara me desharía de él de inmediato”. La verdad no gusta a nadie.

Yo siempre he sido malo con las cifras y con las matemáticas desde niño, y creo que en contrapartida he sido bueno con las letras o con la palabra. Por eso estoy aquí, escribiendo como un tonto deslenguado.

Al final lo mejor será volver a parvulitos y no complicarse tanto la vida... ni la cabeza.

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