Opinión

Contra la Navidad

Nunca me ha gustado la Navidad. Tal vez algo de niño, supongo que por la fiesta, las vacaciones y el jolgorio, dado que su posible significación espiritual a aquella edad me quedaba muy lejos y me resultaba incomprensible. Pero desde muy pronto empecé a distanciarme de dicha celebración con la que no conectaba, ya digo, ni en su aspecto religioso ni en su aspecto festivo.

La Navidad hoy se ha convertido en una especie de Black Friday de lucecitas y música estridente por las calles, todo bien regado de consumismo salvaje en el que tienes que estar contento por narices y hasta el Scalextric, las muñecas de Famosa que se dirigen al portal, la última Play Station o un iPhone compiten en el mismo ring con el niño Jesús, la burra y el buey. Obviamente con resultados peores para los segundos.

En mi casa nunca hubo belén, tan solo un pequeño portalito de hojalata dorada que mi madre aún conserva y saca todas las navidades, y un niño Jesús que también aparece en estas fechas en la mesa del hall envuelto en espumillón. 

Sí tuvimos un árbol cuando yo era pequeño, un árbol ultramoderno en aquellos años sesenta que no sé de dónde habría salido, tal vez nos lo enviaron nuestros parientes de América porque aquí aún no había esas cosas. Era como un paraguas. Se guardaba plegado como un paraguas y cuando se abría desplegaba unas ramas paralelas como las de una diminuta araucaria de la isla de Norfolk, de esas que planta todo el mundo en Galicia en el jardín. Una especie de abeto diminuto, geométrico, plateado y de plastiquillo. Ni siquiera hacía falta ponerle bolas, ya brillaba él solo porque sí.

Mis primos de A Guarda sí hacían un belén, bastante grande y logrado. Pero la verdad es que a mí nunca me interesó mucho. Tampoco los belenes de la parroquia Santo Domingo, o el de la Catedral de Ourense que me llevaban a ver siendo un niño. Más adelante, años después, descubriría los preciosos e imaginativos belenes de mi maestro de pintura Jerónimo de Vicente, o los belenes napolitanos del siglo XVI en el Museo de Artes Decorativas de Madrid, y por supuesto el majestuoso e increíblemente poético belén ourensano de Baltar, un ejercicio artístico y creativo que además de estar expuesto permanentemente en la Capilla de San Cosme y San Damián en la ciudad gallega (vayan a verlo), a mi juicio debería de estar también en el Moma de Nueva York. 

O sea que no me gusta la Navidad. O por lo menos no me gusta esta en la que alcaldes con pocas luces compiten entre sí a ver quién tiene más leds en su árbol, como si el tamaño importara (Freud tendría mucho que decir acerca de esto). Tal vez sea porque yo en mi infancia solo tuve un árbol enano de plástico y un pesebrito de latón. ¿Quién sabe? Yo estoy en contra de la Navidad.

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