Opinión

La diligencia, otra vez

Hace años escribí un artículo con este mismo tema y un título parecido. Creo que aquel se titulaba simplemente “La Diligencia”.

He vuelto a ver esa película por ¿decimocuarta? vez y una vez más como las grandes películas, grandes cuentos o grandes novelas, me ha dejado alucinado. Es lo que tienen los clásicos, cada vez que vuelves a ellos son nuevos.

“La Diligencia” de John Ford reúne todos los elementos mágicos de su filmografía: un paisaje espectacular en blanco y negro (su adorado Monument Valley); una puesta en escena salvaje, no hay más que ver cómo corren los caballos en sus películas a doscientos kilómetros por hora, eso no lo hace ni George Lucas hoy; una estética visual que parece sacada de la luz de Caravaggio; y algunos personajes singulares que en aquel contexto brutal del Oeste son capaces de recitar a Homero o a Shakespeare tranquilamente mientras se ventilan una botella de whisky en el “saloon” del pueblo.

En aquella diligencia se juntan varios viajeros curiosos. Unos buenos, casi todos, y uno malo. 

Los buenos son un presidiario (Ringo), una puta (Dallas), un médico borracho (Doc), un elegante tahúr ex-militar del ejército confederado del sur (Harsfield), un sheriff dispuesto a saltarse la ley si hace falta (Wilcox), un vendedor de whisky (Peacock), el analfabeto pero lúcido conductor de la diligencia (Buck), una elegante dama de Virginia embarazada (Lucy Mallory)... y el malo.

Curiosamente el malo (Gatewood) es un banquero, un probo y respetable ciudadano que se ha metido en la diligencia tras robar el dinero de todos sus clientes y largarse con él, dejando a su familia y a la ciudad en la estacada. El malo es un banquero. Sorprendente ¿no?

Pues no. No es sorprendente. Si se fijan ustedes en toda la filmografía de John Ford, pero también en la de Frank Capra, William Wyler y otros geniales directores americanos de esa época, los buenos son siempre los pobres, los apartados, los maltratados, aquellos a los que la sociedad bienpensante, recta y acomodada ha expulsado de su seno y ha dejado de lado.

Los indios de las pelis de John Ford también son lo mismo, los desposeídos. En el caso de “La Diligencia” son tribus apaches en pie de guerra capitaneadas por el bravo y temible Gerónimo. 

Por supuesto John Ford los retrata agresivos y violentos en la acción, pues están en guerra contra los invasores de sus tierras y eso forma parte de la lógica de la historia. Pero en los primeros planos de los rostros de esos indios se ve lo que nos quiere transmitir el director americano acerca de ellos: nobleza, valentía, arrojo, honor. 

Lo mismo que perseguía en sus retratos aquella fabulosa fotógrafa inglesa del XIX Julia Margaret Cameron, y que ella definió una vez con estas palabras: “yo quiero reflejar en mis fotografías la grandeza del hombre interior”.

John Ford también hacía eso en sus películas: reflejar la grandeza del hombre interior.

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