Opinión

Doña Elena ya está acabada

La antológica reacción de la infanta Elena al contestarle a una reportera recriminándole bruscamente que debía llamarla doña ha suscitado ríos de tinta y comentarios de todo tipo. La frase no hubiera tenido mayor importancia si no fuera por lo desabrido del tono y las maneras. Como las de Carlos III de Inglaterra riñéndole con malos modos a un empleado o colaborador que no le retira el maldito tintero de la mesa. ¡Uy, perdón! que para ellos no son empleados ni colaboradores, sino lacayos o súbditos.

Don y doña son tratamientos de respeto en español que son aplicables a cualquiera. A mí, a usted, a todos. Incluso a niños. Todos somos don o doña. Su uso solo revela un código del lenguaje en el que lo emplea, que lo hace con la intención de ser cortés, pero al mismo tiempo respetuoso y distante. Un código cada día más en desuso y que se va relegando a documentos oficiales, escritos notariales, de abogados, etc. Incluso en la lengua hablada ha pasado a ser lo contrario de lo que era, convirtiéndose en una expresión cariñosa e íntima que solo se dedica precisamente en tono jocoso a los muy allegados. Como cuando le decimos a un querido amigo que nos encontramos por la calle: “¡Hombre, DON Alberto, cuánto tiempo!” Esta misma mañana paseando al perro un chico sudamericano me ha preguntado dónde estaba una iglesia de mi barrio y se dirigió a mí diciendo: “Perdone, caballero”.

Es algo parecido al tú y al usted. El tú no es desconsiderado pero el usted es más respetuoso, sobre todo con un desconocido. Y también más antiguo. Pero el lenguaje común maneja el usted igual que el don, con la misma soltura y flexibilidad: “¡Hombre, don Alberto!, USTED por aquí”, cuando Alberto es un amigo del alma aunque lo tratemos de usted medio en broma.

Pero dejando aparte estas digresiones lingüísticas nadie pareció reparar en que lo interesante de la conversación fue la frase anterior que dijo la infanta: “¿Quiere dejarme que ya estoy acabada?” (nótese que se dirigió a la reportera tratándola de usted).

Doy por hecho que doña Elena quería decir o bien “¿quiere dejarme que ya he acabado?”, o bien “¿quiere dejarme que ya estoy cansada?”, pues el suceso se produjo en una competición de hípica en la que ella acababa de participar.

Con lo cual solo hay dos posibilidades: o la infanta tiene dificultades como su padre para hablar en español correctamente lo que no me extrañaría nada, o la traicionó el subconsciente. Me inclino por esta segunda opción. Creo que la traicionó el subconsciente. Ya saben que cuando nos traiciona el subconsciente lo que ocurre es que el subconsciente revela lo que pensamos o somos de verdad.

Pero me pregunto qué hubiera pasado si la reportera la hubiera llamado en lugar de simplemente Elena, simplemente Infanta. Eso hubiera generado un debate público mucho más interesante: ¿Infanta de naranja o Infanta de limón?

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