Opinión

El conejo de agua

Como sabemos -y si ustedes no lo saben se lo digo yo- este año en el que estamos es en China el año del “conejo de agua”.

Los chinos tienen doce animales como nuestros signos del zodíaco, que se identifican cada uno con un año. O sea que según en cual haya nacido usted lo habrá hecho en el año de la rata, el del cerdo, el del mono, el del perro, o el que le toque.

Yo, que nací en 1960, nací según los chinos en el año de la rata. Una búsqueda rápida (no olviden que soy una rata) en la Wikipedia me aclara que los de dicho año somos personas sabias a las que les gusta rodearse de amigos, solemos ser buenos trabajadores, ahorradores y exitosos administradores económicos. ¡Cielos! Salvo en lo de los amigos creo que no encajo en nada. Pero el horóscopo, bien sea el chino o el de aquí, es así, impredecible. Lo tomas o lo dejas.

A mí lo que me intriga es lo de “conejo de agua”. No sabía que existiera un lagomorfo que se llamara así. Otra búsqueda también rápida (recuerden que soy una rata) en internet, me ha aclarado cosas que ignoraba. Hay conejos de agua, conejos de laguna, conejos de pantano e incluso conejos normales, de monte como los que cazaba mi padre, o domésticos como los que criaba mi tío Manolo. Y dentro de este grupo de los normales también hay variantes como conejo de cola blanca, conejo español, conejo portugués, y así ad infinitum.

Esta curiosa investigación también me ha aclarado que el conejo está considerado una de las cien especies invasoras más peligrosas del mundo. Que se lo pregunten si no a los australianos del siglo pasado, o al rey Arturo de aquella película de Monty Phyton “Los caballeros de la tabla cuadrada y sus locos seguidores”.

Siendo yo niño un domingo trajimos en el coche de Tabagón (O Rosal) a Ourense un conejo vivo en un saco en el que el pobre no dejaba de protestar y revolverse como un histérico todo el tiempo.

Una vez en casa, en la cocina, mi madre lo sacó de su encierro y me mostró cómo se acababa con él. Lo cogió firmemente por las orejas, lo sostuvo en el aire y con la otra mano le asestó un golpe seco en la nuca que lo dejó patitieso.

Creo que aquella experiencia infantil traumática fue la causa de que nunca me hayan gustado las películas de artes marciales tipo Karate Kid, Bruce Lee, Kung Fu o Dragon Ball. Las odio. No puedo verlas.

Después vino la parte de despellejar el conejo y otra serie de cosas que no quiero recordar y no contaré aquí. Y por fin, unos cuantos días después nos lo comimos guisado. Estaba riquísimo. ¡Qué lujo de conejo!

No sé si se habrán dado cuenta mis escasos lectores,  pero este artículo trata de animalismo, y es que yo... adoro a los animales.

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