Opinión

El Elías Ahuja

Tras un artículo que publiqué aquí hace unas semanas sobre el desagradable espectáculo de los estudiantes residentes del colegio mayor Elías Ahuja aquel funesto domingo, un amigo me preguntó por qué en mi artículo no decía el nombre del colegio, Elías Ahuja. No supe qué responder. El artículo salió así y a mí el dantesco espectáculo grosero, machista, deleznable, me hizo pensar en las novatadas en general, sobre todo en las que sufrí yo o en otras que vi de chaval, y también di por hecho que cualquier lector sabría que me refería a ese suceso pues era evidente. Pero lo importante no es ese colegio en concreto, sino la mayoría de los colegios mayores porque, siento repetirlo, lamentablemente en mayor o menor medida casi todos son así.

La dirección del centro se apresuró a expulsar al supuesto instigador de aquello, el que grita al principio las animaladas que a continuación secundan enfervorecidos los demás estudiantes.

Típico de los colegios. Expulsan a uno que no les conviene a efectos de imagen, pero los demás se quedan allí. Como si eso fuera una medida lógica y razonable. 

Pues no lo es. Primero porque ese chico una vez expulsado del colegio irá a otro cuando en realidad debería ir ante un juez, y segundo porque todos sus coleguillas, cientos como hemos visto, merecerían un castigo aun más contundente. Algo que no va a ocurrir porque la expulsión de tantos no resultaría adecuada ya que el colegio se quedaría sin alumnos, y a fin de cuentas cada uno paga (bueno, lo pagan sus papás) casi dos mil euros al mes para que estén allí, les hagan la cama, les limpien la habitación, el baño, y les pongan el desayuno. Y para colmo seguro que quienes hacen eso son casi todas mujeres.

Si se fijaron ustedes en el video, cuando se abren todas las persianas en cada ventana iluminada hay tres, cuatro o cinco chavales a contraluz coreando y jaleando. Curioso porque todas las habitaciones de ese colegio son individuales. Así que en plan detectivesco tipo “Colombo” o “Los misterios de Laura” hemos de deducir que docenas de chicos cuyas habitaciones dan a otros lados del edificio se fueron a ese lado esa noche a montar el follón. Yo me tomé el trabajo de contar las cabecitas una a una y dejé de hacerlo por cansancio al acercarme a las 150. 

Por cierto que había varias persianas cerradas, mi aplauso a esos valientes.

Así que esto al final es la historia de Lot: “Búscame a un justo, le dijo Dios”, y le faltó añadir “por los cojones que lo vas a encontrar, chaval”.

Una última reflexión malévola. Si las chicas del Santa Mónica son putas como dicen los del Elías Ahuja, entonces ellos son puteros ¿no?

Su carta de disculpas no vale. Lo que tienen que hacer es cambiar.

Pero todo se olvida. De hecho, este asunto, no sé si se han dado cuenta... ya se ha olvidado.

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