Opinión

Epitafios

Como nos vamos haciendo mayores, al menos yo y doy por hecho que ustedes también, cada día uno tiene más muertos en la mochila: parientes, amigos, enemigos, conocidos y desconocidos o medio conocidos. O sea, lo normal. 

La mochila cada vez pesa más, pues se va llenando no solo de próximos de verdad a los que uno ha tratado y querido, sino también de otros a los que también ha tratado y querido aunque nunca hubiera podido abrazarlos salvo en la imaginación: escritores, poetas, músicos, científicos, personajes que han formado parte de nuestra historia personal, vital, y que de una u otra forma nos hicieron felices alguna vez, nos alimentaron con regalos valiosos o nos dieron algo impagable bien fuera en una butaca de un cine o de un teatro, o en una sala de conciertos o en un disco, o simplemente en las páginas de un libro cuya lectura nos transportó un poco a algún paraíso con el que ni habíamos soñado antes.

Esto me ha llevado a reflexionar sobre los epitafios que algunas personas dejan encargado que pongan en su tumba llegada la hora de largarse de este mundo. Esos epitafios curiosos, imaginativos o especiales que tanto nos llaman la atención. Así que me he puesto a revolver internet buscándolos.

Todo el mundo conoce los más divertidos e ingeniosos (muchos verdaderos pero la mayoría apócrifos, o sea falsos). Como el de Groucho Marx :“Perdonen que no me levante”; el de Billy Wilder: “Solo fui un escritor, pero nadie es perfecto”; el de Humphrey Bogart: “Nunca debí haberme pasado al Martini” (ya saben que Bogart murió de cirrosis y en sus últimos años por prescripción médica dejó el whisky, pero lo cambió, equivocadamente como se ve, por el Martini); el de Mel Blanc el actor que ponía la voz a Porky, aquel personaje de dibujos animados: “Eso es todo amigos”; el de Unamuno: “Que Dios tenga piedad de este ateo”; el de Frank Sinatra “Lo mejor está por llegar”; o el fabuloso e inmejorable de Miguel Mihura: “Ya decía yo que ese médico no valía mucho”.

Humoradas y bromas aparte, ponerse a pensar en una frase para tu propia tumba siempre me ha parecido algo rarísimo. Yo no lo he hecho nunca, y de momento al menos tampoco pienso hacerlo. 

Sin embargo hay un epitafio de un desconocido portugués que no sé ni quién era ni si existió de verdad, que siempre me ha encantado y me gustaría para mi tumba. Ese estaría bien. Lo he buscado afanosamente por internet para reproducir aquí el texto real, el original de donde fuera que lo vi, pero no he conseguido encontrarlo. Lo leí hace muchos, muchos años y sospecho que lo citaba Cunqueiro en algún cuento, pero ni siquiera de eso estoy seguro, así que medio me lo invento de memoria ahora. Decía más o menos así: “Aquí jaz Vasco Filgueira, muito contra a sua vontade”.

Que ustedes lo pasen bien por toda la eternidad.

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