Opinión

George Santos

En la genial y desternillante novela de John Kennedy Toole “La conjura de los necios” el protagonista, Ignatius Reilly, nos regala con su delirante vida sorpresas y risas hasta hacer que nos caigamos al suelo y gracias a dios por un momento se nos caiga el libro de las manos, antes de morir de un brutal ataque de hilaridad que podría provocarnos un irreversible cortocircuito mental.

A Ignatius Reilly le ha salido, ¿cómo no? en Estados Unidos, un sosias perfecto y en este caso real: George Santos, un joven y decidido republicano que ocupaba (ya lo echaron), un escaño en la Cámara de Representantes por Nueva York.

En la política americana la mentira juega un gran papel social que puede expulsar a un senador o a un presidente de su cargo de forma fulminante, como les ocurrió a Nixon o a Clinton por ejemplo. Los entresijos del Watergate o del caso Levinsky fueron intrascendentes, lo decisivo fue que los presidentes mintieron a la nación. 

En Europa eso no pasa pues damos por hecho y aceptamos que todo el mundo miente y no nos parece tan grave. Nos lo tomamos con humor, resignación y filosofía.

Cuando yo era pequeño mi familia americana me enviaba todos los años desde Puerto Rico una caja con juguetes, cómics y cuentos, en mi casa no había mucho de eso porque éramos una familia modesta. Recuerdo haber leído entonces un tebeo ilustrado con una anécdota famosa de George Washington crío en la que el niño George tala un arbolito del jardín de su casa, un cerezo joven, y su padre lo interroga al respecto.

-¿Quién taló el cerezo, George?

Y el futuro presidente de los Estados Unidos contestaba:

-No puedo mentir, padre, fui yo.

Por supuesto el cuento es falso y se construyó únicamente para acrecentar la leyenda de George Washington como un hombre incapaz de mentir. 

Cuando en la política americana aparece un mentiroso y todos allí se ponen de los nervios, siempre me acuerdo de ese cuento que curiosamente era una mentira.

A George Santos, ese duplicado de Ignatius Reilly, lo han pillado pero no en una mentira, sino en algo que supera con creces al personaje de Kennedy Toole: jamás ha dicho una verdad. Nunca. Construyó su carrera política amontonando sin empacho una mentira sobre otra. Eso es de nota. Y más de nota aun que nadie en su partido se diera cuenta. Según él lo único que hizo, con buena intención asegura, fue embellecer su currículum.

Ni es judío como dijo, ni es hijo de inmigrantes, ni estudió en la universidad, ni trabajó en Wall Street, ni tiene una fortuna, ni sus abuelos eran ucranianos huidos del nazismo, ni es gay. Falta por averiguar si realmente se llama George y se apellida Santos. Este hombre es mejor que el Pequeño Nicolás. Me quito el sombrero. 

Nicolás chico, somos unos aficionados. Es triste reconocerlo pero seamos sinceros por una vez: es mejor pedir que robar.

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