Opinión

Goya y Warhol

Esta última moda-protesta de adherirse con pegamento a un cuadro en un museo tras arrojarle previamente algún producto alimenticio de lata, me tiene fascinado. Y no por la sopa Campbell precisamente.

Sin embargo nadie nos explica con qué producto se pegan los activistas, eso me intriga. ¿Con pegamento imedio, supergén, cianoacrilato?

Porque si lo hacen con alguno de los dos primeros o con cola de conejo, fécula de patata u otro adhesivo similar, no tiene mérito. Pero si es con cianoacrilato sí, pues para despegarlos tendrán que cortarles a los activistas las yemas de los dedos con una cuchilla y hacerles sangre. Después necesitarán mercromina, una tirita y quizás asistencia psicológica.

Eso acerca un poco esas acciones reivindicativas a las más tradicionales de encadenarse a algo y tirar la llave del candado al río o comérsela, escalar un rascacielos sin cuerdas de seguridad, o a la más heroica de ponerse en huelga de hambre indefinida, que eran las clásicas en mis tiempos. Lo cual me suscita un par de reflexiones.

La primera es que dichos activistas no tienen intención de hacerse daño a sí mismos en serio. Son como esos tipos que amenazan constantemente con suicidarse, pero nunca se suicidan y acaban muriendo de muerte natural.

La segunda es que tampoco tienen una intención real de dañar la pintura, ya que cuando arrojan sopa a la obra lo hacen siempre (al menos hasta ahora) con obras protegidas por cristal. En los setenta fui un día al Prado por primera vez en mi vida con un amigo de Ourense, teníamos dieciocho años. Entonces el Prado no era como hoy una imparable marea de turistas y visitantes, sino un palacio mágico vacío y desierto, lo que te hacía sentir como un mosquito ante la grandeza de los cuadros. Además casi no había vigilantes y podías moverte por muchas salas tú solo.

Bromeando, éramos chavales, yo aposté a que tocaba una pintura con los dedos y mi amigo se enfadó, eso no se debe hacer -me dijo-. Pero lo hice. No recuerdo qué cuadro era, creo que uno de Rubens.

Poco podía imaginar yo entonces que acabaría siendo de la Asociación de Amigos del Prado a la que todavía pertenezco cuarenta años después. Y que durante una larga etapa de mi vida visitaría el Prado dos veces por semana, pero ya no para tocar los cuadros sino para que los cuadros me tocaran a mi el corazón.

Aquello mío fue una travesura. Lo de estos activistas... de momento también.

Yo creo que en lugar de en Van Gogh o en Goya deberían centrarse en Warhol. A él le gustaría. Me imagino al artista de Pittsburg con su pelo teñido de platino y una gran sonrisa de oreja a oreja como la de un emoticono.

Nota: Este artículo lo escribí antes de que dos activistas se pegaran efectivamente en una galería de arte de Canberra a las latas de Sopa Campbell de Warhol.

Todo marcha según lo previsto.

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