Opinión

Guacamayos alaricanos

Según he leído en la prensa el otro día detuvieron a un tipo que tenía un criadero de guacamayos ilegales en Allariz. Falsificaba sus permisos, certificados de vacunación, etc., y los vendía a toda España.

No supe si estaba leyendo una noticia real o un fragmento de una novela de Gabriel García Márquez ambientada en un extraño y fantasioso Macondo ourensano. Supongo que la imagen de las plumas de un guacamayo contribuyeron a esa impresión en mi mente.

Allariz es un sitio precioso aunque solo estuve allí unas pocas veces en mi vida, pero con el que me unen unas extrañas conexiones vitales casi literarias.

Por una parte Allariz estuvo más o menos gobernado con gran acierto durante años por Alfredo Suárez Canal, un hombre al que no conozco en persona pero que es hermano de mi gran maestro en fotografía durante los ochenta, el que me enseñó lo mejor que sé sobre ese tema, la fotografía: José Luis Suárez Canal.

Por otra antes, a finales de los setenta siendo yo un chaval idiota como cualquier chaval, estuve yendo a clase de dibujo y pintura durante un año con un maestro y artista fabuloso, Jerónimo de Vicente, en su ático y terraza de la Avenida de Buenos Aires de Ourense.

Jerónimo de Vicente era, aparte de un pintor estupendo y gran profesor, un enamorado de Allariz. Un día me preguntó si me importaría posar para un cuadro suyo robándole unos minutos a nuestras clases. Por supuesto acepté.

El cuadro tenía el siguiente tema, uno recurrente en De Vicente cuyos temas pictóricos solían estar relacionados con Allariz. Se titulaba: “Cástor y Pólux frente a las murallas de Allariz”.

Nunca llegué a saber si yo fui Cástor o Pólux en aquel bonito cuadro. No lo recuerdo. Posábamos otro alumno suyo y yo semidesnudos, en días y horas distintas. Y De Vicente iba construyendo el cuadro con ambos y con Allariz al fondo aunque nosotros dos, los modelos, no nos conociéramos ni nunca coincidimos. Sin embargo recuerdo el cuadro un poco aunque nunca lo vi acabado del todo.

Aquel otro alumno de Jerónimo y yo parecíamos en el lienzo que veíamos avanzar día a día bajo la mano de nuestro maestro, dos guacamayos jovencitos y guapos uno al lado del otro. Un poco tontos y engreídos como corresponde a adolescentes... o a guacamayos.

Uno, no sé si él o yo, de pie en su percha y el otro, no sé si él o yo, sentado al lado. Exhibiendo nuestro colorido como si hubiéramos nacido para eso: para estar en un cuadro frente a una arquitectura romana y medieval imaginaria en aquel Allariz soñado por De Vicente, lleno de mitos y maravillas.

Por eso no me ha extrañado descubrir ahora que haya un tipo en Allariz que cría guacamayos, aunque sean ilegales y los críe solo para sacarse una pasta. Después de todo es lógico: ¿Qué se puede esperar de Allariz sino magia y maravillas?

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