Opinión

Llevar el velo bien puesto

En 1979 yo estudiaba Sociología en la Complutense. Mis coleguillas de esa época a los que perdí la pista hace mil años eran un chico vigués, mi mejor amigo entonces, que se llamaba Fernando; un vasco cuyo nombre ya no sé y que un día descubriríamos que era etarra; un japonés simpatiquísimo, Takao, que había venido a España con una beca por un año de la universidad de Osaka para aprender español; y un iraní del que lo único que recuerdo es que le gustaba tanto como a nosotros ir de vinos por Argüelles entre risas, y sobre todo ir a una tasca que tenía pimientos de Padrón que por cierto picaban todos. ¡Maldita sea!, yo no soporto el picante pero a él le volvían loco aquellos pimientos.

El caso es que mi amigo Fernando y yo nos turnábamos para comprar El País cada día: hoy lo compro yo, mañana tú. Y lo compartíamos y leíamos juntos en la cafetería de la facultad.

En un momento dado el iraní desapareció del mapa (el etarra ya lo había hecho antes). Como dije fue en 1979 en pleno ascenso de la revolución de Jomeini. Y nos preguntábamos dónde estaría. No había móviles y casi nadie tenía un fijo, así que no podíamos localizarlo aunque una vez nos había llevado a su casa, un garaje cutre en Cuatro Caminos que compartía con varios colegas suyos, unas literas y un infiernillo. Esto contado hoy así podría parecer una escena almodovariana de “Laberinto de pasiones”, pero juro que fue real.

Una mañana llegué a clase y Fernando ya estaba en el aula. Me saludó desde arriba, subí hasta nuestro pasillo, me senté a su lado como siempre y él me miró con una expresión que me pareció intrigante. Después sacó El País, aquel día le tocaba comprarlo a él, y lo puso sobre el pupitre. Mira esto, me dijo.

La portada la ocupaba una única noticia a toda plana: el triunfo de la revolución islámica en Teherán. Y había una gran foto de los tejados de la embajada iraní de Madrid en la que aparecía un tipo clavando allí una bandera, la nueva bandera iraní, como esa famosa foto de los americanos en Iwo Jima. Y el tipo de la bandera ¡era él!, perfectamente reconocible en aquella imagen en blanco y negro. Allí estaba nuestro desaparecido iraní, el amante de los pimientos de Padrón.

Dejamos el aula y nos largamos a los jardines de la facultad para devorar todos los artículos del periódico sobre el tema, sin poder dejar de mirar a cada momento aquella foto alucinante de nuestro amigo.

A Takao aquello le importaba un rábano, algo lógico supongo hoy ya que con rábano se elabora la salsa wasabi, mucho más picante que los pimientos de Padrón.

Pero aquel día, a mis diecinueve, descubrí que Fernando y yo habíamos llevado el velo muy bien puesto durante meses, y que lógicamente... durante meses habíamos estado ciegos.

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