Opinión

Lo imposible


En mi biblioteca tengo un libro, en realidad es un libro-caja con dos volúmenes, editado por la revista Poesía hace treinta años. Se titula Picasso/Guernica. 

Uno de los volúmenes reúne en 552 páginas impresas por una sola cara el Guernica a tamaño real página a página con una calidad de impresión de lujo. O sea que si por ejemplo yo arrancara todas las páginas y las fuera pegando una al lado de la otra en su orden correspondiente obtendría al final una reproducción del Guernica a tamaño real, es decir aproximadamente unos ocho por cuatro metros. Esa era la broma del libro. La broma con que se editó. Y su encanto.

Obviamente nadie se va a poner a hacer eso. Sería como abrir una botella, si es que uno tiene una en la bodega, de un Château d’Yquem del mil ochocientos y pico para bebérsela. 

No comparo ambas cosas por su valor, el libro de Poesía no recuerdo cuánto me costó en su momento en 1993, serían cuatrocientas o quinientas pesetas, nada, y actualmente se vende en el mercado de segunda mano en internet a trescientos euros. Y una botella de Château d’Yquem del siglo XIX andará rondando actualmente el medio millón. Eso sí que es una fortuna importante.

Pero sí son comparables en una cosa: en que en el caso de la botella si le quitas el corcho y la abres para beberte el vino, y en el caso de ese Guernica impreso si lo desencuadernas con la intención de montarlo después, pierden todo su valor de inmediato. Encierran algo imposible. Son reales pero no se pueden entender ni usar. Su sentido, su esencia son precisamente lo inalcanzable aunque estén ahí físicamente, uno en la bodega y otro en la biblioteca, y puedas verlos todos los días.

O sea que son objetos que de alguna manera parecen sacados de un cuento maravilloso, mágico, de fantasía, como la lámpara que tiene un genio dentro. Si la frotas te concederá un deseo pero ¡atención!, ten cuidado con tu deseo. Como decía Truman Capote citando a Santa Teresa de Jesús: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Así que esos objetos que encierran sueños están entre nosotros, pero por algo son imposibles. Mejor no tocarlos o el sueño se destruirá.

Por eso es que yo prefiero creer en ese genio escondido salido de las mil y una noches, y no tanto en su hipotética o imaginaria capacidad para cumplir deseos. Creo que es mejor que el genio siga ahí, encerrado en la lámpara como un pequeño dios enfadado y rabioso, rezongando, protestando, chillando, reclamando atención como un niño pequeño malcriado, insoportable, quejándose todo el rato porque nadie le hace caso.

Así que lo imposible (esto es también el título de una película de Juan Antonio Bayona), me parece mejor y más sano.

Yo quiero que el genio siga dentro de la lámpara, porque al final... prefiero creer en lo imposible.

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