Opinión

Por narices

Gustavo Petro, presidente de Colombia, se pasó por Madrid el otro día para impartir una lección sacada del bachillerato sobre la sociedad feudal del medievo. Lo malo es que lo hizo echando mano de la serie Juego de Tronos, que es como intentar explicar a Isabel la Católica echando mano de la reina Amidala de Star Wars. 

Como con aquellos nefastos profesores de historia que tuvimos cuyas plomizas disertaciones aprovechábamos los chavales para dormitar, esta vez los alumnos también salimos de clase sin entender nada. Gracias a dios.

Ignoramos cuál era la intención de Petro con eso, pero para mí, y para otros que lo escuchamos con toda la atención posible que no fue mucha, tuvo una buena consecuencia. Y fue que por un momento nos devolvió a la infancia entre nostálgicos efluvios de olor a pizarra, a tiza, a pegamento Imedio y al riquísimo y aromático cedro de las virutas de lápices recién afilados. Yo me sentí como si tuviera doce años otra vez, volviera a aquel pasado feliz y me estuvieran explicando el teorema de Pitágoras en una clase de los Maristas. En este caso mal explicado, eso sí.

Hace años vi una estupenda exposición que se hizo en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid y después fue itinerante. Creo recordar que estuvo al menos en A Coruña y en Barcelona. 

La exposición trataba sobre el olfato desde una perspectiva científica e histórica, muy documental. Era entretenidísima e instructiva y se titulaba graciosamente “¡Por Narices!” Fue un gran éxito de público que encantaba a mayores y pequeños. 

La exposición aparte de contar cosas sobre el olfato desde un enfoque médico, químico, cerebral, social, cultural, etc., la presidía una nariz gigantesca de plástico de más de dos metros de altura, seccionada por la mitad para que pudieras contemplar cómo era por dentro y explicarte su funcionamiento. Había también una sección dedicada en exclusiva a los hombres-nariz de las marcas de colonias y su trabajo como perfumistas; y muchas otras historias preciosas y anécdotas de todo tipo relacionadas con el mismo tema, el olfato.

Pero lo mejor eran unos paneles interactivos en los que debías descubrir un olor, como en un juego. Unos cilindros de metacrilato transparente de unos veinte centímetros de altura. Dentro, en el fondo, había una esencia misteriosa. Arriba una tapa cerraba el cilindro pero podías girarla con una manivela para que te llegara el aroma e intentar identificarlo. Al lado un cajoncito de madera te revelaba al abrirlo cuál era el aroma y si lo habías descubierto. No era fácil.

Sin embargo había uno que todos los de mi edad acertábamos. Era “aroma de colegio”. Y aunque no supiéramos explicar porqué, aquel olor nos trasladaba de inmediato en un ensueño a la infancia, al cole, y lo descubríamos a la primera. Pues bien, aquella esencia eran tres aromas mezclados: pizarra, tiza y madera de cedro.

A mí Gustavo Petro también me ha devuelto al cole. Pero... por narices.

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