Opinión

Yo dejo propina

La última campaña publicitaria y promocional de la Comunidad de Madrid auspiciada por la ingeniosa doña IDA, presidenta de dicha autonomía “Yo dejo propina”, animando a los ciudadanos a que dejen propina a los camareros/as ha generado toda clase de indignaciones.

En España y en Europa en general, la propina es una especie de cortesía con la que el cliente pone de manifiesto su reconocimiento al buen trato de la persona que lo ha atendido. Obviamente es voluntaria. Solo es un gesto simbólico que se traduce en unas monedas. Como una sonrisa o un muchas gracias dado que esa persona, ese profesional, tiene un sueldo decente se supone. De otro modo la propina se convertiría en una limosna. Y eso no vale.

En los noventa en Nueva York fui un día a un restaurante de Manhattan con dos amigos neoyorquinos. En realidad aunque ambos eran neoyorquinos uno era ourensano y el otro portorriqueño. Yo los invité y ellos eligieron el restaurante. Y eligieron un restaurante muy de moda entonces que se llamaba “Lola”. Lola era el nombre de la dueña, una mujer mayor, portorriqueña, exuberante como Lola Flores y vestida de faralaes, que se sentó a nuestra mesa y estuvo haciéndonos reir un buen rato.

La comida era fabulosa aunque algo picante para mí, muy caribeña, no me gusta el picante, y el restaurante precioso y salvaje con una orquesta en vivo tocando música latina a lo bestia. Pero todo estuvo muy bien. Lo pasamos genial.

Al acabar yo solté la American Express y pagué. Cuando nos íbamos, uno de los camareros que nos había atendido durante la comida vino corriendo hacia nosotros, me agarró del brazo violentamente y se puso a gritarme como un loco delante de todo el mundo. Como además él hablaba un medio inglés-pakistaní incomprensible para mí,  yo no lo entendía. Mi amigo ourensano-neoyorquino intervino para calmar los ánimos y me explicó que el enfado del chico se debía a que yo no había dejado propina. No he sido nunca una persona rácana pero de aquellas si pagaba con tarjeta no solía dejar propina. Pero en Nueva York y en cualquier sitio en los Estados Unidos los sueldos de los empleados de hostelería son tan insultantemente bajos que en realidad esos profesionales viven de las propinas, un hecho admitido por todos por lo que hay que dejar una buena propina sí o sí. Yo no lo sabía.

Según mi amigo yo debía dejar al menos un quince por ciento de la cuenta total como propina, eso era lo normal. Volvimos a la mesa con el camarero ya más tranquilo. Yo abrí la cartera, saqué los dólares correspondientes y los puse sobre el mantel. Entonces el chaval volvió a exhibir una sonrisa estupenda y me dijo mientras recogía los billetes “Gracias señor, que tenga usted un buen día”. Y nos acompañó amablemente hasta la puerta.

No sé si eso es lo quiere doña IDA. Espero que no.

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