Opinión

Yo tenía que

Yo tenía que haber nacido en una familia rica, pero no fue así. ¡Tchk, mala suerte! Tenía que haberme casado con la infanta Cristina y emparentar con la realeza, pero no fue así. Tenía que haberle dado cuatro hijos a la hija del emérito y en consecuencia cuatro nietos al emérito, pero no fue así. Tenía que haberle puesto los cuernos después a ella, pero tampoco fue así. La suerte y el destino marcan tu vida, pero la vida no es igual para todo el mundo.

Si hubiera sido como tenía que haber sido, mis exsuegros y mi exmujer estarían barajando actualmente proporcionarme una pensión vitalicia de entre seis mil o diez mil euros mensuales para que no abriera la boca y no molestara a nadie, pero ni fue así ni es así.

El otro día escuché a una de esas tipas que se hacen pasar por periodistas en la televisión, en este caso en algún programa de Cuatro, y que se precian de conocer de primera mano a toda esa gente tan lucida, explicando que según sus informes del entorno de Urdangarin, queridos, próximos, etc., el pobre no tiene ni para pagarse un café hasta el punto de que lo tienen que invitar sus amigos. Literal. Juro que lo dijo así. ¡Qué triste, dios mío! El exbalonmanista está muy deprimido parece ser.

Yo si fuera él vendería un par de Audis o Mercedes y me compraría un Kia. Así podría invitar a mis amigos de vez en cuando a un café doble, en lugar de que me tengan que invitar ellos a mi a un café solo.

¿En serio? ¿Están de cachondeo? ¿Esos programas de la tele son de verdad?

Según ese mismo programa la infanta se enfadó mucho al descubrir que Iñaki se había ido con su nueva novia de vacaciones a Baqueira Beret y ambos se alojaron en una casa propiedad de la Familia Real allí, en la que ella había estado con él cuando se supone que eran novios y se querían.

En la mili recorrí a pie muchas veces calzado con unas malditas raquetas o crampones y cargando una pesada mochila Baqueira, Panticosa, Canfranc, Monte Perdido, etc., durante marchas por la nieve de más de quince días. Cuando mis colegas y yo llegábamos allí, agotados y hechos un asco, e irrumpíamos en aquellas blanquísimas pistas como refugiados, nos encontrábamos con los millonarios disfrutando de su esquí de miles de dólares que nos miraban con asco y displicencia como a sucios subsaharianos que cruzan la valla de Melilla.

Uno de mis mejores amigos de aquella aventura se apellida Regueiro y es de Catoira (Pontevedra) de donde los vikingos, ya saben. Era furriel y tenía un sentido del humor irónico fabuloso. A veces el capitán de la compañía le preguntaba: “¿Y de dónde dice usted que es, Regueiro?” Y él contestaba muy serio y convincente: “Yo soy de dónde esquía el rey, mi capitán, de Catoira Beret”. 

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