Opinión

Deseos para el día después

Hoy lunes nuestras vidas se han llenado de varias esperanzas; al levantarnos hemos escuchado a líderes religiosos pedir perdón por los desmanes, las torturas, los saqueos y las guerras iniciadas en nombre del que llaman ser superior. Y hemos visto cómo se desprendían de las riquezas amasadas y las repartían entre las bocas hambrientas, predicando así con el ejemplo. Hemos visto también a gobernantes lúcidos, comprometidos con la educación y la sanidad de sus gentes, y los hemos escuchado en tarimas hablar con palabras inteligentes; y para que esas palabras no se quedasen vanas también los hemos visto trabajando, poniendo los medios para que sus promesas se pudiesen hacer realidad. Hemos contemplado a la clase dirigente aprender de los errores trágicos del pasado, los que nos llevaron a las guerras fratricidas; les hemos oído pedir perdón por sus tentativas fascistas, y por haber trabajado durante tanto tiempo en contra de la unión de los pueblos en lugar de luchar por su entendimiento e integración. Hoy nos han convencido de que Europa sigue siendo cuna del humanismo y de la solidaridad, tierra acogedora, la que es capaz de sumar en lugar de restar, la que quiere abrazar en lugar de expulsar. Hoy sabemos que todos hemos aprendido de los errores de esta vetusta pero señorial casa, que sobrevivió a dos guerras mundiales y a muchos otros conflictos bélicos -una forma más dulce de referirnos a aquéllas -, y por eso no tolera a los intolerantes. Hoy por fin nos hemos sentido un poco más útiles y más valorados, como si de repente los otros hubiesen comprendido que sin personas no hay países, que sin ciudadanos no se erigen pueblos ni ciudades sino solo bloques insensibles de cemento, y que detrás de cada estadística, y detrás de cada millonésima fracción de la población global hay un cerebro que piensa y un corazón que ama. O al menos es capaz de hacerlo. Y han comprendido también que ese cerebro y ese corazón un día del pasado albergaron odios y resentimientos, y alimentaron ansias de poder y delirios de grandeza; y entonces ese cerebro maquinó planes de conquista y ese corazón amargo engendró deseos de sometimiento, y por eso reinó durante un tiempo el sufrimiento de las gentes y el caos de las naciones. Por eso saben que no podemos tropezar en la misma piedra.

Hoy los hemos escuchado y no hemos sentido pena y vergüenza. Sí, los hemos escuchado ser prudentes en la victoria y dignos en la derrota, y los hemos visto decididos a trabajar por eso que llaman la paz social. Hoy, pese a todos los desencantos, hemos decidido darles una nueva oportunidad. Quizás, porque, ¡qué diablos!, hoy nos hemos levantado con ganas de ser un poco más amables que ayer, y somos también un poco más comprensivos y menos intolerantes, y así somos capaces de reconocer las diferencias ajenas sin esbozar un gesto despreciativo, y podemos defender las propias sin soberbios afanes de superioridad.

Supongo que también algunos de nosotros nos hemos sentido un poco más importantes: importantes porque hemos vencido la desidia y el desencanto, y hemos otorgado la confianza en quienes creemos que pueden enderezar el rumbo de esta maltratada sociedad. De ellos depende no sentirnos defraudados; e importantes porque dicen que hemos conseguido que captaran la llamada de atención. Como si nuestra voz se pudiese al fin escuchar alta y clara: de nuevo te brindo la oportunidad de que te ganes mi confianza, y de que entiendas que los fantasmas y telones que cubrieron de odio y pobreza el pasado se encuentran siempre acechantes, esperando ansiosos que tropieces en la misma piedra. No lo hagas, salta al llegar a ella. No es tan difícil. Ya ves que te digo el punto exacto en el que está.

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