Opinión

Grandeza

Más por el gusto por la polémica que con voluntad de certeza o estadística, digo ahora que hay una máxima por la cual la propia escasez de recursos es directamente proporcional a la grandeza del ser humano que sufre aquella penuria. Es decir, en términos generales, cuanto menos pertenencias tienes más se te ensancha el alma fraterna con el prójimo -digo yo que será por empatía-, y en cambio, cuanto más posibles gastas y más te han allanado el camino desde la infancia, más papeletas tienes para ser un auténtico hijoputa.

Sin acritud, oiga. Y no se me escandalice nadie, pues esto mismo vino a decir hace dos mil años Jesucristo, cuando largó aquello de que antes pasaría un camello por el ojo de una aguja que entraría un rico en el reino de Dios.

Evidentemente no hay nada empírico en tal conclusión, y además se admiten sugerencias y honrosas excepciones: cabe que el pobre de solemnidad sea a la vez un criminal o malnacido-en una suerte de venganza indiscriminada o misantrópica-, y que el opulento sea a la vez un dechado de esplendidez, y a esto lo llamaremos altruismo.

Mas entonces, ensalzar o cualificar la excepción hace aún más cierta la regla general, y es así que las personas que menos tienen suelen ser las más generosas y desprendidas. El dicho popular es claro: por algo tienen los que tanto tienen. 

Soy abogado adscrito al turno de oficio desde hace muchos años; los que en esas lides andamos hemos conocido infinidad de miserias humanas por razón de esa asistencia jurídica gratuita, y han pasado por nuestro despacho pobres gentes a las que todo en la vida le ha salido rematadamente mal. Personas para las que vivir ha sido un sufrimiento perpetuo y que tienen esa extraña "virtud" de atraer para sí toda clase de desgracias personales y patrimoniales.

Matrimonios convertidos en cárceles, malos tratos,  desahucios de viviendas, ruinas económicas, vidas descarriadas que tantas veces acaban presa del hampa callejera… Vidas rotas a las que a veces ni siquiera puedes dar un ápice de consuelo con tu trabajo. Pero ocurre que, en ocasiones, esas mismas vidas desgraciadas te dan tal lección de grandeza que solo por eso merece la pena levantarse cada día para trabajar.

Me ocurrió ayer. Una cliente del turno de oficio. Humilde, muy humilde. Una de tantas mujeres maltratadas por la vida y por los cabrones que un día estuvieron a su lado. Una madre que perdió hace nada a una hija de veintipocos años presa de la droga. Cobra 345 euros al mes de pensión. Este año el gobierno le sube un 0,25% su pensión, por lo que cobrará 345,86 euros.

Una pasta. Ayer vino al despacho sin cita previa. Su asunto está en trámite, así que poco le podía decir. Hace días le había resuelto una duda sobre otro tema, nada del otro mundo, pero ella había quedado eternamente agradecida. Muchísimas gracias, me repetía, casi llorando. El caso es que aparece con un paquete envuelto en papel de regalo. Esto es para ti, me dice (si yo la trato de usted me riñe cariñosamente).

Sin saber lo que era, ya le adelanto que no tiene que traerme nada, que ése es mi trabajo. Lo hago porque quiero, me dice llena de orgullo. Abro el paquete ante su mirada nerviosa. Es un reloj de caballero de esfera redonda y malla de acero. Marca conocida. Le digo que no, por Dios, que no puedo aceptarlo, que está loca… pero insiste y hasta me riñe como si fuera una madre. Se ha pulido una buena parte de la pensión del mes, seguro.

La abrazo y le doy un beso, también emocionado.  Una mujer todo generosidad, todo bondad. Una mujer que me ha dado una lección de grandeza cuando sobrevivir es lo que ella hace cada día. 

Son esas personas cuyos actos hacen distinta esta profesión, y a la vez nos animan a confiar en que este mundo, pese a tanto cabrón que quiere joderlo, está lleno de personas que merecen la pena. 

Gracias. A usted, perdón, a ti, señora, te dedico este artículo.

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