Opinión

Los que realmenten mandan

Anteayer en Ourense, el ministro Ábalos (a la par Secretario de Organización del PSOE) vino a decir, más o menos, que los que intentan derrocar regímenes no se postulan nunca tras unas siglas de partidos políticos, sindicatos u otras organizaciones visibles, sino que su lugar natural es la oscuridad  y el anonimato. Esta reflexión da pie a otra que les traslado: basta echar un somero vistazo al funcionamiento y dinámica de los gobiernos modernos en el mundo occidental (donde prevalece la democracia, al menos formalmente) para concluir que aquel intento malévolo de perversión del sistema es una realidad: los que manejan—o eso intentan—los tiempos y las formas de presidentes, ministros o gabinetes son huidizos, actúan de forma sibilina, tejen una maraña de sospechas (hoy en día basta la sospecha), falsedades  o infundios que van calando en el sentir colectivo hasta crear en éste una opinión inamovible, un dogma que no admite discusión.

Claro que esto no es nuevo, y va de suyo en el funcionamiento (siempre imperfecto) de todo régimen democrático, que implica por naturaleza dar el poder al demos (pueblo). Si esto es así, si son los ciudadanos los que deciden (utópicamente hablando) quienes deben ser sus gobernantes y hasta cuándo deben gobernar, incluida la posibilidad de anticipar el final de un mandato, no hay nada mejor que condicionar la voluntad popular para que, bajo el abrigo de su carácter soberano, se consiga cualquier tipo de rédito político, incluido el derrocamiento de un gobierno, so pretexto de que eso es lo que de verdad quiere el pueblo.

La Historia nos ha dado fieles ejemplos de esos intentos de condicionar el sentir popular. En la película “Los papeles del Pentágono”, Spielberg recrea el intento de la administración norteamericana durante el mandato de cuatro presidentes (incluido el idolatrado Kennedy) por tergiversar la opinión pública respecto de la guerra de Vietnam, insuflándole falsas esperanzas de victoria mientras el gobierno ocultaba la realidad documentada: aquella guerra nunca se podría ganar, y pese a ello se seguían enviando al país asiático a jóvenes ilusos, quebrando millares de hogares norteamericanos. Por otro lado, años atrás se había oficializado la máxima atribuida al ministro de propaganda nazi Joseph Göebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Su puesta en práctica sirvió para subyugar la voluntad del pueblo alemán y que éste se entregara al régimen de Hitler como el único salvador del malherido orgullo ario, al tiempo que hizo nacer en la ciudadanía un feroz odio al pueblo judío. Lo que vino después es de sobra conocido. 

Hoy en día los hilos se mueven de distinta manera, pero la finalidad es la misma: domeñar la voluntad popular e interferir en los procesos  de elección de los gobiernos. Las sospechas de la injerencia cibernética (actual campo de actuación del antiguo espionaje) en el triunfo del presidente Trump son cada vez más sonadas; la salida del Reino Unido de la UE (brexit) fue el objeto de deseo (a la postre parece que satisfecho) de esos nuevos espías, que no usan pistola sino ordenadores y una habilidad innata para la informática de la que hoy está imbuido cualquier mocoso; existen informes en el seno de la UE que relacionan el auge de la extrema derecha en Europa con la utilización anónima de herramientas informáticas, al servicio siempre de quienes desean desestabilizar la zona europea para así pescar en aguas revueltas.

Parece que la libre voluntad popular es hoy en día solo una quimera y que el poder de decisión radica en lugares oscuros y desconocidos. Frente a ello sólo queda mantener un escepticismo y sentido crítico frente a cantos de sirena. Al menos ojalá que no perdamos eso.

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