Opinión

Mundo de locos

Algo está fallando gravemente en el mundo en el que vivimos; si dijera que asistimos atónitos a acontecimientos que en puridad debería escandalizarnos, estaría faltando a la verdad. No, ya no nos asombra nada; nuestro estómago se ha acostumbrado a digerir a diario el rancho más putrefacto, el mismo que regamos con el vino más picado y aun así, al terminar, le pedimos al camarero que nos sirva un poco más de ese asqueroso brebaje. Hemos perdido el valor de la ética y de la estética en un mundo tan individualista y a la vez tan globalizado. Parecemos inmunizados contra toda capacidad de sorpresa ante lo inaudito, lo inadmisible, lo intolerable.

El mundo del siglo XXI, el de la revolución tecnológica y robótica, el que verá nacer la eclosión de la inteligencia artificial, el que se plantea poblar el espacio y pisar Marte en pocos años, rehúye los valores primarios, los que un día dieron sentido a la palabra «Humanidad». La verdad es que el mundo no tiene remedio, de ahí lo trágico del asunto. Ocurre como cuando, hace décadas, aquéllos que muchos tomamos por locos, por tremendistas e iluminados empezaron a hablar del peligro del calentamiento global y del deshielo del casquete polar. Los tildamos de jipis tarados, contrarios al desarrollo y al avance de la economía y el libre mercado. Hoy, años después, ¿quién podría negar aquella evidencia? Y entretanto, desde que aquellos «locos» alertaron del peligro hasta hoy, el daño al equilibrio del ecosistema se ha vuelto irreversible. Hemos sido, en definitiva, espectadores pasivos del maltrato al planeta, del que esperamos siempre colme las ansias del desarrollo desmesurado del capitalismo salvaje hasta el infinito.

Tenemos una buena dosis de masoquismo. Solo así se explica que a día de hoy aún tenga opciones de comandar el país más poderoso del planeta (y por ello de tener las riendas del mundo) un tipejo tan despreciable como Donald Trump, obsceno, inculto, machista, egocéntrico, agresor sexual, xenófobo y bocazas. ¿Cómo no sobrecogerse ante la posibilidad de que este ser se convierta en el presidente de EEUU? Imagínense las conversaciones de machitos por teléfono entre este bravucón y el norcoreano Kim Jong-Un sobre quién le echa más bemoles al asunto del rearme nuclear. Y pónganse a temblar. Pero ahí sigue, sin cejar en su carrera hacia la Casa Blanca, con sus opciones y su recua de millones de seguidores, lo que no soporta un análisis básico de la salud y cordura en ese país. Aunque, como alguien dijo y no le falta razón, los representantes públicos no son sino el relejo fiel de la sociedad de la que surgen y que les da cobijo y apoyo. Si en el país más desarrollado del planeta los chavales pueden ir armados hasta las cejas, y aún se aplica en varios de sus Estados la pena de muerte, ¿por qué nos ha de extrañar que pueda ser elegido como presidente un becerro como Trump?

Hablando de becerros, no me digan que no tiene su coña la polémica sobre la camiseta de Piqué. Que quisiera o no ocultar la bandera española de su manga larga se convirtió recientemente en debate nacional, a falta de otros temas más graves a los que atender; claro que los mismos que berrean la traición a la patria de ese jugador no dudan en silenciar, cuando no ocultar, las «leves» traicioncillas de los que nos roban a manos llenas a base de mordidas, ocultaciones al fisco y demás argucias aireadas en los pasillos de los tribunales. Esos asuntos son tonterías, chascarrillos, tan solo leves traspiés de los patriotas de siempre, desde luego nada comparables a la afrenta de Piqué. Y es que lo de este último, la verdad, es que no tiene nombre.

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