Opinión

¿Prisión para el ciberespacio?

Aún quedan incógnitas por despejar en el asesinato de Isabel Carrasco, presidente de la diputación de León. Y aún leeremos y escucharemos en los próximos días elucubraciones fantasiosas, casi esquizofrénicas, sobre las causas mediatas y sobre la autoría intelectual del crimen, personificada ésta en seres que usaron la mano que apretó el gatillo para consumar una suerte de venganza colectiva, urdida desde hace tiempo y alimentada de la indignación social que supuran las redes sociales. Nuevas teorías conspirativas con las que sus defensores se ridiculizan y se prestan a nuevas críticas y escarnios.

Nadie puede dudar de la utilidad de redes sociales como Twitter; partidos políticos, organizaciones sociales, empresarios, periodistas de uno y otro bando, artistas, críticos, científicos..., usan esa red no solo para estar al tanto de lo que al instante sucede aquí y en el resto del mundo, sino para dar publicidad a sus últimos trabajos u opiniones. ¿Cómo no aprovechar esta indudable ventaja? Pero todo pro casi siempre trae su contra: por la “red” campan a sus anchas los que buscan su efímera gloria que les permite salir del anonimato, al que volverán cuando su comentario más o menos original, insidioso o soez pierda su carácter novedoso; y también pululan por ese ciberespacio auténticos hijos de puta que se amparan en esa realidad virtual e intangible, e insultan, difaman y no tienen reparo en justificar cualquier clase de crimen. De esta calaña los ha habido siempre, y hoy cualquier descerebrado tiene un perfil en una red social. Algo de esto ha pasado a los pocos minutos de difundirse el asesinato de Isabel Carrasco. Junto a las muestras de condolencia y repulsa por el crimen, pudimos leer comentarios canallescos que, o bien “comprendían” el asesinato, o incluso lo vitoreaban por concurrir en la víctima la condición de política y aglutinadora de varios cargos públicos. Cabrones que aplaudieron el crimen buscando esa notoriedad que da el exabrupto escandaloso. Y siendo repugnante esa retahíla de comentarios de pésimo gusto, sus autores quedan descalificados desde el momento en que les dan publicidad, holgando más comentarios.

Pero la vileza y el cinismo va por barrios: también he leído comentarios de periodistas serios, que aun antes de aparecer las primeras hipótesis sobre el móvil del crimen, apuntaban como autores intelectuales a los que protestaban ante los políticos por las severas medidas de ajustes que estaban y están imponiendo. Y se quedaban tan anchos; he leído en esa misma red social palabras de algún responsable político que acusaba a programas de televisión críticos con el gobierno de ser los azuzadores de las asesinas, pasando por alto que compartían su misma ideología. Y siguen sin retractarse de tal acusación felona. He leído editoriales de periódicos que, ahora, porque les conviene, abogan por un control y censura pública férreos de las redes sociales, y en cambio mantienen como colaboradores a impresentables que en su día se mofaron, el cuerpo aún caliente, de la muerte de Labordeta, y otro día dijeron en un plató delante de chavales que preferían sexualmente a las jovencitas porque “esas vaginas aún no huelen a ácido úrico”; y he leído que el gobierno quiere rastrear twitter en busca de delitos en los comentarios tras la muerte de Isabel Carrasco, en lo que, para el que tenga mínimas nociones de derecho penal, es un auténtico dislate jurídico. Tanto como querer poner serenos en los portales del ciberespacio.

Los que se mofaron de la muerte de esta señora merecen todo el desprecio. Y los que pretenden aprovechar su muerte para hacer cruzada contra los críticos con el poder, además de oportunistas, son de mente muy aviesa.

Te puede interesar