Opinión

Qué más quisieras

Chris Haslam, redactor jefe del rotativo inglés The Times, escribió hace unos días un artículo en el que, sin ápice del inteligente humor británico, recomendaba a sus compatriotas cómo se tendrían que comportar si vinieran a España para que no los tomásemos por guiris. Cómo convertirse ellos, en definitiva, en "auténticos españoles" y pasar desapercibidos entre nosotros.

Y a partir de ahí Haslam construye un relato facilón y burlesco, estereotipado, tirando de clichés trasnochados, más propios de la oscura España de la postguerra que del moderno y acogedor país en el que nos hemos convertido y al que, pese a todas nuestras penurias, dificultades y luchas internas estúpidas, todo el mundo desea venir a pasar sus últimos años de vida. También esto lo ansían los jubilados british, que llegan a nuestras costas y casitas de montaña con sus doradas pensiones en libras para descansar sus endebles huesos, pues ya se sabe que el clima inglés es perjudicial para la maldita artrosis.

Dice Haslam que los ingleses deben olvidar al llegar a España sus normas de educación, discreción y decoro, pues aquí no se estila eso, aquí nosotros entramos en un bar vociferando y besuqueando a todo bicho viviente, gritamos al camarero, tiramos al suelo tolo lo que no se lleve a la boca, y pasamos del "por favor" y del "gracias". Así somos de primitivos y becerros. Y es cierto, nosotros no llegamos a la exquisitez del joven inglés, educado y cortés, que en verano nos visita y se mete de todo, y mea y caga en plena calle por la zona de Magaluf, y acaba la fiesta jugando a la escalada alpina por entre los balcones de los apartoteles hasta dar con sus huesos contra el bordillo de la piscina, y entonces los groseros del 061 español envían una ambulancia para que el joven gentleman sea tratado, quién sabe si para salvarle la vida, por los maleducados médicos de urgencias de nuestros hospitales. Cómo somos. Sostiene también este articulista que para un español, llegar treinta minutos tarde es llegar demasiado pronto, incluso un poco maleducado, y que el mejor plan nocturno en nuestro país es sentarse delante del televisor para ver bazofia tipo Sábado Deluxe.

Es cierto, lo reconozco, que no podemos competir con la famosa puntualidad británica, mas ahí radica uno de nuestros tantos encantos, pues ya se sabe que "tardo cinco minutos" en realidad quiere decir "me retraso media hora", o que "voy enseguida" es igual a "id yendo, no me esperéis"; ¡ah!, pero nuestras noches dan para mucho más que para consumir televisión: siempre habrá abierto un garito de barra de madera en la que acodarse para callar penas o arreglar el mundo. Y de paso olvidarse de la esclavitud del tiempo. 

El temerario periodista se atreve también a criticar nuestra gastronomía, diciendo que aquí se empieza "desayunando tostada, sobrasada y un cortado, y no preguntes por la mantequilla, este es el país del aceite de oliva", y que en la cena, de primer plato, tomamos "cerveza o vino tinto congelado". He aquí la cocina española, reconocida mundialmente, asesinada por un descerebrado que, una de dos, o no ha probado nuestras carnes, verduras, pescados, mariscos, regados con nuestros insuperables caldos, o su paladar está tan amojamado como su humor, amargado porque su colesterol malo se le ha disparado peligrosamente de tanta mantequilla ingerida y tanta ración de fish and chips. Puro veneno.

 Al redactor jefe de un periódico tan importante como el The Times se le supone cierta cultura y experiencia viajera. Por eso, seguro que nos ha visitado mil veces. Lo que me lleva entonces a contestarle, eso sí, cortés y amablemente: Qué más quisieras tú, Chris Haslam, que ser español.

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