Opinión

Quejas ciudadanas

En Ourense, desde hace tiempo, hay una cierta sensación general de abandono en el cuidado del mobiliario urbano y de desinterés por el ornato de los espacios públicos que asusta. Esto dicho en plan fililí, para que no tachen a uno de tremendista y exagerado. La cosa va por barrios, y los vecinos que viven en ellos protestan por lo que ven en cuanto pisan la calle. Dirán algunos, y debe de ser cierto, que mantener contentos a todos es empeño casi imposible, pero a ello ha de tender la política municipal, pues va innato ese fin al cargo de gestor del interés colectivo. Y es cierto también, a nadie se le escapa, que los recursos son los que son y las necesidades siempre superan las posibilidades. Mas ahí radica el éxito o fracaso de una labor pública: hacer realizable lo inalcanzable. Al menos así debería ser para acercarse lo máximo posible a aquella meta. Y en último caso, si algo ha quedado sin hacer, que no lo sea por no haberlo intentado. Decía el sabio que, siendo inobjetable que solo se frustra el que algo intenta, hay que escapar de los que se vanaglorian de no haber sufrido nunca una frustración, pues poco o nada habrán deseado alcanzar. Dicho esto, se ha de intentar mantener nuestras calles y parques en buen estado para que algo tan sencillo como caminar por ellos sea una rutina o un gozo, y no un fastidio o sacrificio, como últimamente ocurre en Ourense.

Las censuras o jaques, para ser rigurosos, han de acompañarse de ejemplos concretos de lo que se denuncia. Y tal cual ocurren, así se los traslado para que juzguen ustedes mismos si esas quejas son exageradas o tienen su tanto de verdad: si alguna vez caminan por las aceras de la avenida Alfonso Rodríguez Castelao, cerca de la entrada al antiguo Canpus universitario, no aparten la vista del suelo ni por un instante, porque correrán serio riesgo de tropezar con alguno de los numerosos socavones y desperfectos que jalonan ese paseo; sus vecinos llevan muchísimo tiempo reclamando su arreglo, pues para las personas mayores sortear esos obstáculos supone una dura carrera de obstáculos para evitar dar con sus huesos en el suelo. Después, ojalá no, vendrán los ayes y los lamentos, y, como siempre, llegarán muy tarde. Esa misma muestra de abandono se percibe también en jardines y parques públicos, pintarrajeados de grafitis de dudoso gusto (el tema grafitero merecería un monográfico aparte para eliminar de una vez ese halo de «arte urbano» que parece tener para algunos ese maltrato al mobiliario, público o privado, pero en todo caso ajeno), con sus columpios rotos, sus suelos levantados, sus verjas agujereadas y sus cafeterías y terrazas cerradas. A los niños, pobres, eso les da igual, pues juegan un mundial de futbol con una lata de refresco que hace las veces de pelota, pero eso no enmienda la mala gestión. Como estoy llegando al final de este alegato, no puedo dejar de referirme al excremento del estornino (no es un título de película escatológica); los que pasan a diario por los salesianos o por la zona enfrente del pabellón de Os Remedios saben de qué hablo: sus aceras están, literalmente, llenas de mierda de este pájaro, el olor es nauseabundo, cabe que tu cazadora, cabello o calva quede impregnada de la susodicha deposición, y cuando llueve se forma una pasta resbaladiza que cubre las losetas, convirtiendo la acera en una pista de patinaje. Pero aquí parece que no pasa nada, no se entiende que llevemos meses así, sufriendo esa estampa y ese olor, dudosa tarjeta de visita de la ciudad para quienes pasean por esos alrededores. 

Decía que los recursos son escasos y las necesidades demasiadas, pero esto no lo justifica todo. Ni que una persona mayor se caiga en la calle por su mal estado, ni tener que caminar con las narices tapadas. ¿Tiene tan difícil solución? 

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