Opinión

«The fucking President of the USA»

Una vez superado el asombro inicial sufrido (¡qué ingenuos fuimos casi todos!) nada más conocer los resultados de las elecciones presidenciales norteamericanas, los editoriales de esos grandes periódicos acostumbrados a jugar al monopoly con los candidatos, los tertulianos mañaneros de platós marujiles que saben de todo y no entienden de nada, y los responsables de eso que ahora se llama "establishment financiero", como presupuesto de una cierta placidez institucional, tardaron casi nada en tocar a rebato para unir fuerzas con las que hacer frente al peligro del nuevo diablo, al transgresor de las reglas del "savoir-faire" en política, al que llaman despectivamente un "outsider", sin reparar en que tales calificativos no han sino engordar el ego, ya cebado, del nuevo "boss" de la política mundial. Podríamos decir, también, y no andaríamos muy descaminados, que Trump es el ejemplo de un genuino "borderline" (según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, un trastorno límite de la personalidad caracterizado primariamente por inestabilidad emocional, pensamiento extremadamente polarizado y dicotómico); Trump es como ese amigote zafio y salido que te deja quedar mal en una fiesta en cuanto abre la boca. Donald Trump es todo eso y mucho más. Pero ahora también, y sobre todo, es «The fucking president of the USA».

¿Cómo ha sucedido? Bueno, esta respuesta han de darla politólogos, sociólogos o, si me apuran, también antropólogos, por aquello de estudiar y diseccionar el cerebro de ese prototipo de macho habitante de la Norteamérica profunda, que calza sombrero tejano, masca tabaco de liar, defensor del porte de armas sin control alguno, que le pone una en la mano a su hijo de siete años para que se vaya desfogando la criatura en los futuros duelos a ráfaga limpia en los institutos escolares, y que oyó hablar un día vagamente de España, un país que lo sitúa en el mapa un poco por debajo de la frontera sur de México, al que, por cierto, le vamos a levantar un muro de siete metros coronado con alambre de espino, para que no nos toquen más los "eggs" esos vagos "panchitos" de mierda. Porque todos esos especímenes (pero, claro, no solo ellos) votaron a Trump. También podríamos echarle la culpa de este desaguisado a factores internos, pues el sistema electoral norteamericano de elección indirecta del presidente distorsiona gravemente el voto popular (de hecho, Hillary Clinton obtuvo más votos ente la ciudadanía que Trump); pero no debemos olvidar que los mismos que se echaron las manos a la cabeza al conocer la victoria de Trump, oligarcas financieros, gigantes de la comunicación, gurús del Ibex, de Wall Street o del BCE, han sido actores principales en la perversión y degeneración del moderno modo de vida occidental; nos hemos creído a pies juntillas las bondades infinitas de la globalización, del capitalismo y libre mercado sin control, y de la mínima intervención de los poderes públicos en el funcionamiento de los mercados. Y al final, en lugar de alcanzar esa Arcadia feliz, nos hemos topado de frente con un sistema corrupto que ha acentuado las desigualdades y horadado la credibilidad de las instituciones, hasta el punto de poner en solfa los pilares de la mismísima democracia. Por eso, el que ha aupado a Ttrump no solo ha sido ese «vaquero» inculto y grosero que habita en la granja del Medio Oeste; todos nosotros, en cierta medida, le hemos votado. Y si además su victoria ha sido jaleada como propia por la extrema derecha europea, cuyas expectativas electorales crecen cada día más, todos deberíamos recapacitar. Pues si Trump, a miles de kilómetros de distancia, da cierto repelús, tener a los radicalismos de uno y otro bando aquí, a la puerta de la esquina, es para ponerse a temblar.

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