Opinión

Transversalidad

Me han convencido; he tardado en caerme de la burra (y del asno), pero al final han vencido mis reticencias a un empleo novedoso de nuestra lengua; me sumo a la cruzada para desterrar definitivamente los usos machistas y retrógrados que aún se vislumbran en nuestras Academias, Colegios, Universidades, Tratados de Lingüística, Recitales, Obras literarias, Poemas, Artículos de Opinión y cualesquiera otras manifestaciones habladas o escritas del español. Ya está bien del ostracismo y ninguneo, cuando no desprecio, a que nuestro lenguaje somete al sexo femenino; derribemos de una vez los arquetipos antropológicos que aún nos atenazan y nos mantienen ligados al hombre de las cavernas. Aboguemos por la «transversalidad de género» en el uso del lenguaje, sea lo que sea esto. Y a ustedes, queridos lectores (mejor dicho, personas que me leen), les animo a que hagan lo mismo. Costará, ni que decir tiene, vencer prejuicios; costará que digamos «miembras» y no nos chirríe el oído.

Pero, ¿quién dijo que esta tarea iba a ser fácil? Paso a paso lo conseguiremos; paso que ha dado ya el Concello de A Coruña, que ha alumbrado una Instrucción de obligado cumplimiento para sus funcionarios por la que, entre otras cosas, les conmina a evitar decir «ciudadanos», pues lo suyo será decir o escribir «ciudadanía», no se vayan a molestar las mujeres que se acerquen al Consistorio; esos trabajadores del Concello ya no podrán decir que son, precisamente, «trabajadores del Concello», sino que ahora serán, y solo serán «personal del Concello», pues así las mujeres trabajadoras de ese lugar no se creerán afectadas por un despido colectivo si se usa la palabra «trabajadores». Y cuando tramiten un expediente administrativo ya no podrán citar al (ciudadano) «interesado» en el mismo, que quiere ver cómo va lo de su licencia; ahora deberán exhibir el expediente a «la persona interesada», expresión ésta mucho más respetuosa con los derechos de las mujeres interesadas en asuntos burocráticos. Aún desconozco las sanciones a imponer a los funcionarios (y funcionarias) por ignorar estas directrices; pero espero sean contundentes, pues solo a base de castigos ejemplarizantes podremos superar el empleo perverso del lenguaje.

Y como no me quiero quedar al margen de tan loable iniciativa en el ámbito de la administración pública, me gustaría aportar mi granito de arena y sugerir cambios en determinadas palabras para así vencer a la discriminación sexual, no ya en los seres humanos (y humanas), sino también en las palabras, pues sepan, amigos y amigas, que las palabras no tienen género (¡qué equivocados estaban nuestros maestros de Lengua y Literatura!), sino sexo puro y duro. Así pues, castremos «Concello» y digamos en cambio «Concella», mucho más lindo y sonoro, para él y para ella; no mentemos al, para muchos y muchas, inoperante «Senado», término soez y chabacano, y aboguemos en cambio por reformar la «Senada», pues es bien sabido (ahora rima), que no sirve para nada. Y no me hablen más de «los votantes» que en breves días se van de nuevo a manifestar; hablen mejor de «los votantos y las votantas», que habrán de llevar a uno tras el próximo 26 de junio en ligeras volandas.

Ya ven, queridos miembros y miembras de la comunidad lectora de este humilde servidor, cómo con algo de esfuerzo, y mucha imaginación, uno puede usar el lenguaje sin caer en un machismo anacrónico. Aunque a cambio se corra el riesgo de hablar y escribir como un auténtico idiota (o idioto, no se me rebelen los susodichos).
 

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