Opinión

Ciencia, probabilidad y fe

En la actualidad, la Ciencia goza de un gran reconocimiento social debido a que la gente confía en que está en posesión de la verdad. Sin embargo, la verdad no se halla en ninguna parte, por eso las leyes científicas no pueden ser consideradas verdaderas, aunque tampoco falsas. Son tan solo instrumentos que resuelven problemas. Mientras los solucionen se considerarán válidas, y cuando dejen de hacerlo serán sustituidas por otras (lo mismo ocurre con las leyes políticas y sociales: en realidad no se sustentan en unos hipotéticos Derechos Humanos, sino en su utilidad práctica).

Veamos por qué las cosas son de esta manera:

En el ámbito de la Ciencia existen dos clases de razonamiento: deductivo e inductivo.

El razonamiento deductivo consta de varias premisas (la principal en forma de hipótesis) y una conclusión que se deriva lógicamente de las premisas. Si las premisas son consideradas verdaderas, la conclusión también lo será. Sin embargo, la contrariedad reside en que la deducción se basa en la “fe empírica” que se tiene acerca de la hipótesis, inferida a partir de la observación y/o la experimentación:

Premisa 1: Todas las personas diabéticas tienen un déficit de insulina.

Premisa 2: El paciente X presenta niveles bajos de insulina.

Conclusión: El paciente X padece diabetes.

¿Cómo se llega a la conclusión de que todos los diabéticos poseen un déficit de insulina? Mediante una prueba objetiva: un análisis de sangre. Y el consecuente razonamiento inductivo.

El razonamiento inductivo se caracteriza porque, partiendo de un número finito de observaciones, permite elaborar leyes o conclusiones de aplicación universal (a todos los casos presentes y futuros) sin que, en principio, quepa ninguna excepción.

Con todo, en el ejemplo propuesto siempre cabrá la posibilidad de que se encuentre a alguien con un reducido nivel de insulina pero que no sufra de diabetes. Y no solo por mor de la lógica inductiva de formular hipótesis generales a partir de acontecimientos particulares, sino también por una cuestión lingüística: depende de la definición que se establezca de los fenómenos investigados. En el conocido ejemplo de los cisnes blancos, el hecho de descubrir de repente un cisne negro podría no haber falsado el razonamiento inductivo si en la definición de la especie “cisne” no se tuviera en consideración el color de las plumas de los individuos que la integran.

En consecuencia, el razonamiento inductivo no permite alcanzar conclusiones con certeza porque no es racional creer que tiene que haber una identidad entre los casos particulares observados en un momento dado y otros casos similares que aún no han sido observados. Esto es, como argumentó Hume, no hay ningún motivo por el cual los diferentes eventos naturales o sociales tengan que ser necesariamente iguales en el futuro a como lo son en el presente o lo fueron en el pasado.

No obstante, existe una relación entre probabilidad e inducción, la cual deriva de la propia idiosincrasia del método inductivo: de la pretensión de universalidad de sus enunciados de forma indefinida.

Ya lo advirtió Bertrand Russel. La correlación entre dos variables, incluso por un extenso período de tiempo, no conduce necesariamente a que se vaya a mantener en el futuro. Porque en cualquier momento puede presentarse un caso anómalo que false esa correlación. De ahí que concluya que “la probabilidad es todo lo que podemos pretender”. Es decir; las inferencias resultantes de los razonamientos inductivos son siempre probables, más o menos probables, pero no completamente seguras (su probabilidad nunca será igual a 1).

Por consiguiente, la conclusión que debemos extraer de lo dicho, contraria a la creencia generalizada, es que el conocimiento científico constituye un saber precario puesto que su sostén último es la fe, no la certeza.

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