Opinión

Las cuatro y diez

Siempre he rajado de los que se toman las muertes de sus ídolos a la tremenda. De las publicaciones dramáticas en las redes sociales, de los “DEP” acompañados de fotografías cutres. Y sin embargo, minutos después de enterarme de la muerte de Luis Eduardo Aute, me vinieron las lágrimas, y aquí estoy, escribiendo sobre él. Será el confinamiento, que nos pone blanditos, o la necesidad de agradecerle, de alguna forma, su música, su poesía, su pintura, su humildad, su humor. 

La primera vez que me aprendí una canción de Aute fue de la voz de mi madre. Los sábados, mientras me duchaba, me cantaba “Las cuatro y diez”, y yo me imaginaba cómo serían esos “labios de papel” y me preguntaba quién era ese “Jeims Dins” que tiraba piedras. Pasaron muchos años hasta que escuché la original, ya que hasta entonces, Aute era mi madre. Luego descubrí su discografía, su poesía, sus dibujos. Hace semanas vimos en casa el documental que le han hecho, “Aute Retrato”, en el que él solo interviene al principio, ya que en esos meses de grabación sufrió un infarto. Las voces de sus amigos, de su hijo, de sus compañeros, te invitan a conocerlo un poco más, sin haberlo conocido nunca.

Tuve la ocasión de verlo en directo una vez, desde la distancia, ya que las entradas más baratas estaban en lo alto del gallinero del Palau de la Música. Pero allí lo vivimos igual, aunque no distinguíamos mucho más que una mancha en el escenario. ¡Qué más da! Coreamos y nos reímos mucho. “Porque amigos, el que folla solo nunca falla”, dijo. Al final, aplaudí tanto que me picaban las manos y, aún así, sentí que era poco. 

Estos días he leído, de refilón, algo de los “titiriteros”. Supongo que Aute se podría encuadrar ahí, pero sin duda, menos mal que hay titiriteros como él, capaces de ponerle letra a las penas, a los desamores, al sexo y a las alegrías. La función imprescindible de los artistas se ve estos días, son los únicos que nos hacen más llevadero el confinamiento. ¡Que la música nunca falte!

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