Opinión

Niña Isabel ten cuidado

Si un día al llegar al garaje de mi casa me encuentro un Porsche o un Maserati o un Rolls Royce o un bólido similar, solo puedo pensar dos cosas. Una, mi pareja me la pega con un jeque árabe. Dos, mi moza anda en asuntos ilícitos. Es cierto que tenemos ejemplos de damas de la alta política conservadora capaces de no pensar en ninguna de las dos alternativas propuestas y, en cambio, de ser capaces de crear un velo de aceptación de la sorpresa, ya sea por amor a la pareja o por interés crematístico. Considero más influyente el ejercicio de la pasión. Como más destacada en la memoria tenemos a Ana Mato, aquella ministra de Sanidad formada en el “clan de Valladolid”, creado por Aznar y aireado por Miguel Ángel Rodríguez (MAR). En un tiempo estuvo casada con Jesús Sepúlveda, alcalde de Pozuelo de Alarcón, cuyo auto de gran coste apareció a los pies de Ana sin interrogarse por la procedencia. Por ello se vio imputada como partícipe a título lucrativo en la trama Gürtel y le costó la carrera política. La Justicia luce una venda sobre los ojos y a tientas acierta, pero la pasión sentimental es ciega de verdad y escasa de tacto.

Algo así le sucede a Isabel Díaz Ayuso con los pisos de lujo donde vive y el Maserati, modelo Ghibli, en el que pasea con su enamorado Alberto González Amador. Y me desconcierta que MAR, tan castizo él, no le haya advertido a su jefa aquello de la copla: “Niña Isabel ten cuidado/ donde hay pasión hay pecado” (famosa letra de Luisita Calle). Muy por el contrario andan enredados en un sainete madrileño sin la firma y el salero de Mesonero Romanos o Muñoz Seca y Pérez Fernández o Arniches. “Isabel era una rosa/ del lugar la más hermosa/ y en el amor caprichosa”, sigue la copla que le viene como un guante a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Esa es la auténtica clave del problema, la conjunción de capricho y amor. La rosa madrileña lucía como una Casta o una Susana en la verbena de la política, azotando a diestro y siniestro, flagelando con insidia a Pedro Sánchez, enarbolando la esperanza de ocupar su poltrona gracias al desgaste del contrario. Pero la pasión sobre cuatro ruedas se ha cruzado en su destino. Así es la vida por encima de cualquier argumento de zarzuela romántica. Sobre todo cuando usas más las espinas del rosal que el perfume de los pétalos. Su nuevo amor no es sólo un particular con quien comparte beneficios, Isabel se ha equivocado al mentir para defenderlo y yerra al poner al servicio de la defensa los instrumentos mediáticos y políticos de su gobierno. Son los pasos más que evidentes por los que, como Ana Mato, puede llegar a ser considerada partícipe a título lucrativo de las andanzas delictivas y económicas de su pareja sentimental. Se ha metido, ella sola o con ayuda de MAR, en un callejón sin salida.

¿La alternativa? Tiene dos caminos. Uno, abandonar la política. Dos, la ruptura de la pareja. El primero la niña Isabel ni se lo plantea. El segundo me parece un drama sentimental fuera de época, cuyo tercer acto ya ha comenzado durante la monumental boda del alcalde Almeida, en cuyo convite Isabel no ha lucido al amante confeso de los pecados financieros, ajena a quienes le cantaban: “Niña Isabel, azucena/ ten cuidado con la pena”. Sin embargo, aunque abandone los lujosos pisos ilegales, prescinda del placer de viajar en Maserati y rompa públicamente con el apuesto Alberto, ya son tantos los tropiezos que ni el pendón de la mayoría absoluta conseguido en las urnas amortiguará la caída. Entonces Madrid le cantará: “Niña Isabel en amores/ lo más fácil es que llores”. Sabiduría popular.

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