Opinión

¿Quo vadis PSOE?

El miércoles pasado muchos militantes y simpatizantes socialistas, que en el pasado se fotografiaron llenos de orgullo con Felipe González, habrán sentido mi mismo deseo de tomar esa foto y, como los novios después de una ruptura, cortarla llenos de ira y separar las dos imágenes para siempre.

Las tempranas declaraciones en la SER del expresidente encendieron la mecha de la división más disparatada de la historia de una organización que viene quebrándose desde 1982 con una constancia digna de titanes. Primero por el ejercicio del poder continuado, después por la acomodación a los cargos y a las migajas de las victorias pírricas internas, luego por la falta de definición ideológica y la escasa visión de futuro para ganar elecciones. Naturalmente con paréntesis dignos, como los mandatos de Rodríguez Zapatero y algunas excepciones municipales y autonómicas.

Las utopías ya no existen en la izquierda -ni en la socialista, ni en la comunista, ni en las emergentes-. El afán es alcanzar el poder económico, caminando por los senderos marcados por el pragmatismo de una sociedad globalizada y presa de los poderes fácticos capitalistas. Unas autopistas por donde circula con más precisión la derecha. Y en esta situación, en el PSOE –especialmente sus dirigentes clásicos- se han convertido en adalides del “virgencita que me quede como estoy”.

La ruptura del PSOE liderado por Pedro Sánchez no es nueva. Solo es diferente en el método y por la repercusión mediática, precisamente por cuanto puede influir en los intereses de la derecha gobernante. En las dos ocasiones en que la militancia decidió la elección del secretario general en primarias, Borrell y Sánchez, el experimento ha acabado en fiasco y en contundentes fracasos electorales –Almunia y Sánchez–. ¿Casualidad? 
Sin embargo esta crisis no puede analizarse solo desde esa perspectiva simplista del conflicto interno o del descontento y la nostalgia de nuestros mayores. Hay que revisar el proceso histórico por el cual ha caminado el partido socialista en relación con la sociedad que avaló mayoritariamente sus ideales y utopías, que respaldó la mayor transformación positiva de la sociedad española y que empezó a darle la espalda en cuanto se alineó con la globalización y la resignación.

En ese largo proceso el PSOE ha dejado de ser una fuerza con capacidad para alcanzar mayorías absolutas, convirtiéndose en el hermano segundón, necesitado de la complicidad del resto de la prole para ganar en el juego del Monopoly. Por tanto, no es justo achacar todo el fracaso a las estrategias de Sánchez, asumiendo las líneas de las presiones mediáticas movidas por la derecha fáctica. Este es un capítulo cumbre que tampoco dará respuesta a la pregunta clásica: ¿Quo vadis? Porque nadie en la organización socialista quiere responder por qué ha desaparecido el tejido social con que contaban en 1982 y por qué todo el entramado mediático del país juega en contra.

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