Opinión

Cataluña vota

Una muestra de la España plural y diversa: en las elecciones vascas de hace tres semanas no se sabía quién iba a ganar, pero sí quién iba a encabezar el Gobierno autonómico; y en las elecciones catalanas, si las encuestas no marran mucho y los últimos días de campaña no han dado la vuelta a las previsiones, se sabe quién va a ganar, pero no quién va a gobernar. En el caso catalán, todo está en manos del partido que está señalado como el que ocupará la tercera plaza, Esquerra Republicana de Catalunya.  

Quien tiene más posibilidades de ganar las elecciones y contar con casi el treinta por ciento de los escaños del Parlament es el candidato del PSC, Salvador Illa, quién tendrá que resolver el problema de las alianzas y de quien asume la presidencia de la Generalitat, en liza con el prófugo Carles Puigdemont, y con el saliente presidente, Pere Aragonès, como árbitro.

Si los partidos independentistas suman la mayoría absoluta, a ERC no le quedará más remedio que ceder la primogenitura del independentismo a Junts y dar por buena la maniobra que realizó Puigdemont al anunciar su candidatura y conseguir revitalizar el moribundo “procés”, al menos en la forma teórica y desafiante que ha utilizado durante la campaña, a pesar de que un nuevo “procés” unilateral ni está ni se le espera.

Antes del cierre de las urnas, ERC no quiere hablar de la posibilidad de reedición de un tripartito con socialistas y “comunes”, pero todo puede cambiar al día siguiente. Como tercera fuerza, si se confirma esa posición, ERC deberá elegir si pacta con Junts, reconoce que su política de pragmatismo no ha sido respaldada por el independentismo y entra en un nuevo enfrentamiento con el Estado, tras plegarse a las condiciones de Junts, que se siente avalado por las cesiones que ha obligado hacer al PSOE por sus siete escaños en el Congreso; o si, por el contrario, decide abrir un abismo entre los partidos independentistas y cobrarse algunas cuentas pendientes, a pesar del desgarro interno que le pueda causar, dando por finiquitada la figura política de Puigdemont, si este cumple su palabra de retirarse de la vida política, si no logra ser el “molt honorable” presidente  catalán, y por haber arruinado el gobierno de coalición con el que comenzó la legislatura.

Hasta que no se resuelva esta incertidumbre, las consecuencias para la gobernabilidad del país y la estabilidad parlamentaria de Pedro Sánchez se situarán en el mismo terreno de arenas movedizas. La resolución del dilema queda para después de las elecciones europeas.

Como en las elecciones vascas, el PP está llamado a desempeñar un papel de “outsider”, la subida prevista tras engullir los seis escaños de Ciudadanos se quedaría corta si no logra arañar algún asiento más a Vox que pueda atribuirse a su oferta para resolver la situación en Cataluña. Si la apuesta de Sánchez ha sido la amnistía, pero con sus “ejercicios espirituales”  ha conseguido que los independentistas reclamen con más fuerza el cumplimiento de los compromisos adquiridos, la del PP ha sido la de mimetizarse con la extrema derecha con el mensaje contra la inmigración ilegal, pese al riesgo de que los votantes conservadores elijan el original a la copia, que además cuentan con un nuevo partido ultraderechista e independentista, Aliança Catalana.

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